domingo, 26 de agosto de 2007

Vejez y Viejismo

Introducción
Así como la vejez es el transito por una etapa determinada de la vida de los individuos, el viejismo constituye un prejuicio asociado a la misma. El efecto corrosivo de este prejuicio –deterioro en general común a todos los prejuicios- adquiere especial significación ya que su puesta en marcha y su accionar inciden directamente en la población que transita la vejez y en quienes interactúan con esta población.
Durante la segunda mitad del siglo XX, en especial en los Estados Unidos, se llevaron a cabo muchos estudios relativos a la situación del individuo en la vejez, a su potencial de acción y a las limitaciones que pudieren aparecer con el paso del tiempo. Algunos de estos estudios derivaron en teorías que reforzaron el prejuicio y también en otras que han intentado desmitificarlo en una clara refutación de los conceptos derivados de aquellas investigaciones.
En el ámbito académico entonces, pareciera que existe en algunos profesionales de la salud y las ciencias sociales cierta convicción sobre al existencia del viejismo como prejuicio y la necesidad de desinstalar la representación social que mantiene. Sin embargo en la vida cotidiana, el paradigma instituido respecto de los trastornos ocasionados en y por la vejez no parece haber sido derribado. Por el contrario, exhibe muestras de excelente vitalidad.
De esta manera el viejismo pareciera que podría ser una de las causas principales de aquello que intenta explicar como una consecuencia. Una paradoja más –entre tantas- de las que los prejuicios suelen dar cuenta.
La vejez es a la vez una meta y una condena. La frase “ojalá llegué a viejo”, o “si tengo la suerte de llegar a viejo” o tantas por el estilo, muchas incluso reforzadas por connotaciones y pedidos religiosos, son escuchadas habitualmente de personas jóvenes y de adultos que ya están cerca de la vejez. Pero a la vez que es una aspiración -ya que llegar a viejo sería como una conquista de la vida- y un objetivo vital, es un estado provisto de un halo de connotaciones negativas que arroja como resultado, una nueva paradoja.
Posiblemente el “ojalá llegue a viejo” esté más asociado a la fantasía de la concreción de la expectativas del transito a ese lugar que al destino en sí. Y una vez arribado las condiciones del medio no parecen favorecer una convivencia activa sino a través de una lucha por integrarse que lejos de ser natural, se transforma para los viejos -en parte por el viejismo- en un muro difícil de derribar.

Objetivo
Desarrollar los conceptos de vejez y de viejismo y las derivaciones que surgen de sus representaciones sociales.

Desarrollo
El Diccionario de la Real Academia Española (RAE) define a los prejuicios como la acción y el efecto de prejuzgar. Y agrega que es una opinión férrea y tenaz, por lo general desfavorable, de algo que se conoce mal.
La palabra Vejez proviene de la voz latina vetus, que se deriva a la vez de la raíz griega etus, cuyo significado es años, añejo. Remite a una temporalidad, a un atributo medible objetivamente según determinado estándar. A una etapa cronológica de la vida.

Si seguimos explorando el diccionario RAE vemos las definiciones que tiene para el término vejez:
1. f. Cualidad de viejo.
2. 2. f. Edad senil, senectud.
3. 3. f. Achaques, manías, actitudes propias de la edad de los viejos.
4. 4. f. Dicho o narración de algo muy sabido y vulgar.
El título de este trabajo se llama Vejez y Viejismo y la expectativa es diferenciar un término relativamente medible -una categoría en definitiva- con uno más generoso a la hora de la producción de significados. Sin embargo, cuando se observa lo que el organismo más importante para la lengua española ha definido para un término como vejez, no puede dejar de llamar la atención que una de sus acepciones es un preconcepto absoluto. Un prejuicio.
La vejez es un constructo y como tal debiera ser medible y relativamente objetivo. Es el transcurso por una etapa del ciclo vital y significa una medida del tiempo de la vida que un individuo lleva transcurrido. No tiene que ver el término en sí con la historia personal del sujeto o con sus características individuales. Un achaque es algo que le puede suceder a una persona, pero no necesariamente a todas. De hecho el diccionario de la RAE define achaque como indisposición o enfermedad habitual, especialmente las que acompañan a la vejez. No dice, exclusivamente sino especialmente, con lo que hay achaques que no corresponden a la vejez. En tanto la vejez misma es definida por el término achaques. Tomamos este término, achaques, pero esta claro que lo mismo podemos hacer con cualquiera de los otros incluidos en la acepción tercera de la definición del término vejez. No todos los achaques son atribuibles a la vejez pero si la vejez tiene en todos los casos, según el diccionario de la RAE, achaques.
En definitiva, un achaque puede ocurrirle a uno o varios viejos, lo que no significa que vejez y achaques tengan correspondencia directa. Pero como evitar que así sea si desde la misma génesis del idioma español, se convalida el prejuicio con una definición desfavorable, de algo que se conoce mal.
Una rápida exploración por el diccionario más importante de nuestra lengua deja rápidamente en evidencia que los significados atribuidos a los significantes son relativos a una cultura, tiempo de la historia, representación social y no dependen exclusivamente de su raíz etimológica. Y que pueden contribuir a afianzar o desmitificar los prejuicios que sobre determinada población, en este caso a la que pertenecen los viejos, existen.
Respecto de la forma de envejecer, hay muchas teorías que se han desarrollado de las que destacaremos dos que se contraponen. Y a partir de ellas y de su controversia muchos otros estudios han sido elaborados respecto de la vejez y la condición de los viejos. Una es la conocida como Teoría de la desvinculación o Teoría del desapego y la otra es la Teoría de la Actividad.
Según Cumming y Henry (1961), autores del la Teoría del desapego, a medida que la persona envejece se preocupa cada vez más por ella y va perdiendo interés en el mundo que lo rodea. A partir de los 65 años, según estos autores, la persona tendría menos recursos de afrontamiento y esta estrategia de aislación voluntaria sería una respuesta orientada hacia una racionalización de sus energías residuales. Además dicen que esto contribuye a no obstaculizar el desarrollo de las generaciones más jóvenes. Suponen que es un proceso universal, que está presente en cualquier cultura y tiempo histórico. Afirman que es inevitable porque estaría sustentado sobre procesos psicobiológicos y que es intrínseco al individuo, que no se puede condicionar desde el ambiente.
Esta teoría ha sido refutada en sus métodos y consideraciones por Maddox (1963), quien ha demostrado –a través del material empírico-, que el proceso de desvinculación es tan solo una ficción de las investigaciones transversales. El autor a partir de estos estudios ha desarrollado una teoría opuesta a la de Cummings & Henry que se conoce como la Teoría de la actividad.
Maddox sostiene que los viejos deben permanecer activos en tanto tengan los recursos para hacerlo y que para aquellas actividades que les presenten mayores dificultades, deben considerar sustitutos adecuados. Afirma que la personalidad previa será un factor importante en el afrontamiento de esta etapa vital. Se sustentó –en parte- en aquellos que llegados a una edad avanzada hicieron grandes descubrimientos o escribieron libros. También en quienes ostentaban posiciones políticas de mucha responsabilidad y en quienes continuaban con una producción artística significativa y elocuente.
Según sostiene Salvarezza (2002) toda posibilidad de ser dentro del contexto humano es posible solamente en relación con otro, o con los objetos contingentes. Y agrega que toda satisfacción de necesidades o deseos es provista solo en estas relaciones objétales, y la separación o el aislamiento deben ser comprendidos como formando parte de la patología o de la acción prejuiciosa y segregacionista contra los viejos de ciertas estructuras sociales, pero de ninguna manera como normalidad.
El autor sostiene además que la comparación permanente de la vejez o del viejo con las capacidades y la fortaleza atribuidas a la juventud, opera negativamente en la autoimagen y concepto que de su misma situación construye y elabora. Y que finalmente esto termina transformándose de por sí en la génesis de más de uno de los trastornos que pudieren sucederle.
Butler (1969) luego de analizar muchos estudios que indicaban los prejuicios utilizados en forma estereotipada contra los adultos mayores describió un término que llamó ageism. Este neologismo pretende darle contenido a un sinfín de actitudes y acciones y constituye un prejuicio. Slavarezza y otros autores traducen este término al idioma español como viejismo. Curiosamente la edición recientemente revisada diccionario de la RAE, no lo ha reconocido.
El autor además traduce la definición de Butler (1993), de la siguiente manera:
El Viejismo, el prejuicio de un grupo contra otro, se aplica principalmente al prejuicio de la gente joven hacia la gente vieja. Subyace en el viejismo el espantoso miedo y pavor a envejecer, y por lo tanto el deseo de distanciarnos de las personas mayores que constituyen un retrato posible de nosotros mismos en el futuro. Vemos a los jóvenes temiendo envejecer y a los viejos envidiando a la juventud. El viejismo no solo disminuye la condición de las personas mayores, sino de todas las personas en su conjunto. Por último por detrás del viejismo encontramos un narcisismo corrosivo, la incapacidad de aceptar nuestro destino futuro. Estamos enamorados de nosotros mismos jóvenes.
Según Salvarezza (2002) el viejismo es una conducta social compleja con dimensiones históricas, culturales, sociales, psicológicas e ideológicas y es usada para devaluar, consiente o inconscientemente, el status social de las personas viejas. La tendencia de culpabilizar a la víctima esta presente también en este prejuicio.
Según McGowan (1996) la tendencia es hacer al viejo responsable personalmente de sus problemas. Esta tendencia esta relacionada con la dificultad general que muchos de nosotros tenemos para entender a la gente y a sus circunstancias en términos de los amplios contextos que los estructuran.
Salvarezza (2002) sostiene que el viejismo entra en la categoría de creencia. Y retoma un estudio de Britton (1994), Realidad psíquica y creencia inconsciente, en el que este autor define la creencia de la siguiente manera:
Una actividad del yo que confiere la condición de realidad psíquica a las producciones mentales existentes (fantasías) […]. La creencia es al la realidad psíquica lo que la percepción es a la realidad material. La creencia le da fuerza de realidad a lo que es psíquico, así como la percepción lo hace con lo que es físico. Como la percepción, la creencia es un proceso activo, y al igual que la percepción, es influida por el deseo, el temor y la expectación […]. Las creencias tienen consecuencias. Hacen surgir sentimientos, influyen en las percepciones y promueven acciones, a diferencia de las ideas y las fantasías con las que la creencia no está relacionada. La creencia subjetiva precede a la evaluación objetiva.
Britton (1994) también dice que creer en algo no es lo mismo que conocerlo. Y sostiene que las creencias pueden ser conscientes o inconscientes, pero que no pueden ser abandonadas sin volverse conscientes. No se puede modificar una creencia sin haberla procesado en forma consciente. Y agrega que el duelo del abandono de la creencia es un desafío que no todos los sujetos están dispuestos a realizar.
Salvarezza (2002) dice que los prejuicios contra la vejez, como cualquier otro prejuicio, son adquiridos durante la infancia y luego se van asentando y racionalizando durante el resto de la vida de los seres prejuiciosos. Son generalmente adoptados por imitación de modelos parentales y no forman parte de un pensamiento racional, sino que son una respuesta emocional directa frente a un estímulo determinado. Esto queda luego sumergido en el inconsciente y es difícil reconocer el impacto que estas identificaciones tienen sobre el pensamiento y la conducta, que resultan de una mala interpretación de los hechos, reacciones inapropiadas, desinterés o rechazo según el caso.
Salvarezza (2002) hace una interesante recopilación de estudios que evidencia la predisposición negativa de los médicos y psicólogos a trabajar con viejos. Cita entre otros un estudio de Ford (1980) en el que afirma que el comportamiento de los psiquiatras respecto de los viejos es evasivo, ya que consideran menos interesante atenderlos que trabajar con jóvenes o con adultos.
En el mismo sentido es que Fernández Ballesteros (1992) toma este concepto y afirma que las percepciones y conceptualizaciones negativas respecto del envejecimiento son infundadas y que el saber popular esta plagado de dichos e imágenes que equiparan a la vejez con innumerables déficits y deterioros físicos, psicológicos y sociales. Y cree que va a ser muy difícil conseguir una vejez saludable si los mismos viejos, la población en general y los profesionales de la medicina persisten en la articulación de estos preconceptos.
Salvarezza (2002) sostiene que el prejuicio más común contra la vejez, tanto entre legos como entre profesionales es que los viejos son todos enfermos o discapacitados. Palmore (1980) afirma que un tercio de común de la gente asegura que los viejos pasan mucho tiempo en cama a causa de enfermedades, tienen muchos accidentes en el hogar, tienen pobre coordinación psicomotora y desarrollan infecciones fácilmente. A menudo se considera también que suelen pasar mucho tiempo hospitalizados. El resultado de esto es que se llega a considerar al viejo=enfermo, lo que de por si implica el enorme riesgo de transformarse en una profecía autorealizada.
Mientras que la vasta mayoría de la población cree que el 20 y el 50% de los viejos están hospitalizados o viven en instituciones especializadas, en realidad la cifra alcanza aproximadamente al 5% de la población mayor de 65 años. Estudios realizados en la década del sesenta en sociedades industrializadas mostraron lo siguiente: Estados Unidos, 3,7%, Inglaterra, 4,5%, Dinamarca, 5,3%. Las diferencias entre estos resultados son más el fruto de políticas distintas respecto a la institucionalización de los viejos que de variantes en impedimentos y salud. Por encima de los 75 años el promedio trepa hasta el 8% (Shanas, 1976).
Con respecto a la idea que los viejos pasan mucho tiempo en cama debido a sus enfermedades, la verdad es que pasan el doble de días en cama que las personas más jóvenes, pero esto solamente representa el 3% de los días del año (censo del UGSPO, Washington, 1977).
San Román (1989) afirma que es falaz la “imagen idílica del anciano en el seno familiar de épocas pretéritas”. Esta antropóloga apela a la marginación y dice que “el anciano empieza a estar marginado cuando se le suplanta su rol social y esto ocurre ahora y ha ocurrido siempre”.
Polo González (2005) afirma en su tesis doctoral que los viejos han sido desviejados de los medios. Que su participación en la producción y el consumo de noticias es escasa. Y agrega que utiliza tal significante de ex profeso ya que desviejar, para los ganaderos, significa separar o apartar del rebaño las ovejas o carneros viejos. La población española mayor a los 65 años, señala, alcanzará el 31% del total de la población para el año 2050. En la actualidad apenas superan el 15%.
En los países desarrollados los mayores de 60 años superan en cantidad numérica a los menores de 15. La expectativa de vida esta cambiando. Las posibilidades de vivir más años se acrecientan con los avances en genética de la medicina. Las previsiones apuntan a que las personas de más de 60 años se duplicarán en el mundo entre el año 2005 y el año 2050.
En un análisis relativo a los protagonistas principales en el proceso de socialización de los individuos Buceta (2001) afirma que hasta bien entrado el siglo XX el orden –a modo indicativo- de la importancia relativa de los grupos, era la familia, la iglesia, la escuela y los amigos o la calle. Hoy ese orden estaría, sostiene el autor, en los medios de comunicación, la calle, la familia, la escuela y la iglesia.
Considerando lo expuesto en su tesis doctoral por Polo González y el ordenamiento precedente de Buceta es sencillo advertir como desde los medios de comunicación hay una participación también activa en la activación de la imagen negativa de quienes transcurren la edad de la vejez. Y esto es tanto porque no participan en las noticias, no son objeto de la publicidad de los medios y no son los destinatarios de la mayoría de los contenidos emitidos.
Polo González (2005) menciona que La Organización Mundial de la Salud, dentro del programa de Envejecimiento y Ciclo Vital, desarrolló un marco político con objeto de contribuir a la mencionada Asamblea Mundial. Dentro del apartado de propuestas políticas, y en lo que se refiere a participación se habla de una imagen positiva del envejecimiento y se insta a “trabajar con grupos que representan a las personas mayores y a los medios de comunicación para proporcionar imágenes realistas y positivas del envejecimiento activo, así como información educativa sobre el envejecimiento activo. Hacer frente a los estereotipos negativos y a la discriminación por causa de la edad”. (OMS, 2002, 101 y 102).
A este respecto, existe un sinfín de declaraciones –de la que la recientemente mencionada es tan solo un ejemplo- formuladas desde distintos órganos que tienden a generar acciones paliativas de los efectos corrosivos del prejuicio del viejismo para quienes transitan por la vejez.
Según un estudio realizado por Stefani & Feldberg (2006) sobre senescentes institucionalizados y quienes no lo estaban, no se hallaron grandes diferencias respecto de su capacidad de afrontamiento y el estilo empleado. Si bien quienes vivían en sus domicilios denotaron respuestas más activas, estas estuvieron presentes en ambas poblaciones. El principal hallazgo del estudio deriva en que todos los participantes tendían a preservar sus redes sociales y el contacto con el mundo exterior. La explicación podría estar en que quienes estaban institucionalizados, en su gran mayoría tenían poco tiempo de internación y la condición en la que se encontraban había resultado de una elección personal.

Conclusiones
Sobre la vejez y sobre el estigma que significa ser viejo parece que se ha investigado mucho más de lo que se ha podido avanzar en su desarticulación. La literatura respecto de esta etapa de la vida es abundante y tan solo una mínima expresión de la misma acompaña este trabajo.
El tiempo pasa, los estudios se acumulan, el conocimiento es cada vez mayor pero la vejez continua siendo un tiempo de segregación y aislamiento social. Y para que no lo sea, es el mismo viejo quien debe afrontar las estrategias que lo mantengan activo y eludir el destino que parece que a lo largo del tiempo, el paso del tiempo ha tenido preparado para los individuos.
En la representación social que se tiene del viejo, el viejismo que acompaña a la teoría del desapego parece estar más vigente que la actividad propuesta en la teoría de Maddox. Y esto ocurre en la mente de los jóvenes, pero también en la de los viejos, en la de los adultos de edad media y en la de los profesionales de la salud que con los viejos interactúan.
Como el resto de los prejuicios este se instala en los viejos -y en todos los que aún no lo son- en los primeros años de socialización de los individuos. Y lo hace a través de la imitación de patrones de comportamientos y de asignación valorativa de identificaciones. Así se instalan también las creencias en el inconsciente de los individuos y estas van a operar en forma automática frente a los estímulos que la vejez active.
Se lo hace al viejo responsable de todo lo que en el prejuicio del viejismo se le adjudica. El sería juez y parte de cualquier connotación negativa que se realice. Deberá soportar la falacia que asigna a la vejez el estado de enfermedad, inactividad e incapacidad por el solo hecho de ser viejo. Y administrar los recursos que pueda para afrontar el estigma.
Uno de los tantos mitos que circulan por el imaginario popular ha sido derribado por la investigación de varios historiadores. Los viejos no fueron nunca venerados. Solo en contadas ocasiones ha sido así pero en general -a lo largo de la historia- han sido considerados un estorbo y muchas veces condenados a una muerte anticipada. Pero como en cualquier mito, su fuerza reside en que resiste cualquier refutación lógica u objetiva.
Los medios, indicados por algunos autores como uno de los actores centrales de la época actual en el proceso de socialización, también lo han abandonado. No es el viejo interesante para ellos y su participación en los mismos es escasa y no ocupa, cuando es mencionado, posiciones de relevancia.
Estos son los conceptos que de la teoría que hemos abordado fueron surgiendo y se han resumido en este trabajo sobre viejismo y vejez. Son las consideraciones que surgen de los trabajos de los psicólogos, sociólogos, antropólogos e historiadores que dedicaron parte de sus investigaciones a desentrañar la identidad de ese estadio de la vida que se llama vejez.
Pero los viejos siguen sin aparecer en la sociedad. Siguen sin protagonismo. Eventualmente aparece una campaña de las AFJP dirigida a los adultos jóvenes que los muestra juveniles, como si con la decisión de cambiar de plan jubilatorio además se pudiese detener el tiempo. O también aparecen en la publicidad de un Banco ridiculizados al extremo tan solo para justificar la decisión de alguien para solicitar un préstamo. Tan solo dos ejemplos que ilustran la historia reciente de la relación de los medios y la publicidad con los viejos.
El mundo industrializado al menos, marcha hacia una sociedad creciente en la proporción de viejos respecto del resto de las franjas etarias. Por primera vez en la historia de la humanidad los viejos van a tener una representación en cantidad como nunca han tenido. Y esto posiblemente configure una esperanza mayor que la que pueda resultar de los buenos oficios de cualquier investigador e incluso, de las proclamas que los organismos internacionales emiten la respecto.
Indagar en el origen de los mitos es una tarea imposible porque las representaciones que los instalan van mutando según la historia y no se puede deshilvanar cada entramado. La sustitución de los mitos y los prejuicios también ocurre por cambios en las representaciones sociales que responden a nuevas realidades y condiciones de vida de los individuos. Y no son tan fácilmente manipulables como muchos suponen.
Los viejos de las próximas décadas habitarán un mundo hoy incierto no solo para ellos sino para cualquiera que crea que puede hacer estimaciones sobre el futuro de la humanidad con cierto grado de certeza. Y si bien no serán la mayoría en ese mundo, serán un grupo considerable de individuos cuyas decisiones podrán inclinar más de una balanza. Esto significará posiblemente que comiencen a dejar de pertenecer al pelotón de los olvidados y ocupen desde algún lugar, un nuevo lugar en la sociedad. El que les toque. No el de los jóvenes ni el de los adultos. El de los viejos y tal como esos viejos se vayan desarrollando.
Hay explicaciones psicoanalíticas, sociológicas y hasta de índole económica para el viejismo. En parte serán verdad y en parte la ilusión de representar la realidad objetiva desde la construcción lingüística de los sujetos que la describen. Pero no creo que sea importante cuantos tratados se hayan escrito sobre vejez y viejismo sino cuanto dolor generó y genera este prejuicio que como tal lastima y discrimina.
La historia se encargará de separar la vejez del viejismo. O no. Las nuevas sociedades tal vez tengan una representación diferente del viejismo que la que hoy mantenemos. O directamente ya no exista esta representación prejuiciosa. Pero lo cierto es que por ahora esto es incierto.
Referencias

Cumming, E., & Henry, W. E. (1961). Growing old, the process of disengagement. New York: Basic Books.

Moñivas, A. (1998). Representaciones de la vejez (modelos de disminución y de crecimiento). Universidad Complutense de Madrid. Anales de psicología. Vol 14, 1, 13-25

Polo González, M. E. (2005) La representación de los mayores en los periódicos de Castilla y León : (1983-2001). Tesis Doctoral. Universidad de Salamanca.

Rodriguez Ibañez, J. E. (1979). Perspectiva sociológica de la vejez. Revista española de investigaciones sociológicas. 7, 77-100

Salvarezza, L. (2002). Psicogeriatría. Teoría y clínica. Buenos Aires:Paidós

Stefani, D. y Feldberg, C. (2006). Estrés y estilos de afrontamiento en la vejez: Un estudio comparativo en senescentes argentinos institucionalizados y no institucionalizados. Anales de psicología. Vol. 22, 2, 267 -272

miércoles, 22 de agosto de 2007

Infancia, el pasado del futuro

Introducción
A través de la historia de la humanidad, la infancia ha tenido una consideración relativamente diferente en la representación social de los miembros en los diferentes grupos, comunidades y sociedades. Incluso durante muchísimo tiempo en la evolución de la especie –concretamente en el inicio- es probable que sólo haya tenido el sentido de protección de la cría que garantizase la reproducción y perpetuación de la especie humana.
El de infancia es entonces un concepto flexible en su contenido y como todo constructo, más ligado a la concepción de quien lo define que al objeto de estudio. Algunos autores han intentado la reconstrucción del significado dado a este período de la vida a través de la historia y en diferentes culturas. Pero la imposibilidad de realizar cortes longitudinales debido a la escasez de datos precisos es significativa en este tema en particular. No se conoce demasiado de la infancia a lo largo de la historia de la humanidad y las reconstrucciones más aproximadas que se han intentado, responden muchas veces a inferencias más que a datos concretos. Una buena parte de la documentación realizada proviene de documentos que reflejan la vida de personas de clases más beneficiadas económica o socialmente y algunas veces las interpretaciones parecen forzadas o acomodadas según la idea del autor que las analiza. Y tal vez también porque a menudo se ha dado vuelta la cara a la infancia como objeto de estudio, o no se la ha considerado como un período trascendente de la vida con un brazo de palanca determinante respecto del futuro de la humanidad.
Desde el fin de la segunda guerra mundial –merced en parte del avance tecnológico- estamos asistiendo a una transformación constante de parámetros culturales que impactan significativamente sobre la infancia. Los cambios sociales experimentados por una buena parte del mundo contemporáneo –e incluso la globalización- son también elementos que aportan a la configuración de un estadio de la vida que está en constante transformación. Un estadio cuyo núcleo mismo es la evolución permanente de quien lo atraviesa en busca de su propia topografía.
¿Estará aun la infancia atravesando su propia infancia como objeto de estudio de disciplinas como la psicología, sociología y antropología o ya habrá superado esta etapa?

Problema
La expectativa de este trabajo es describir algunas características de la infancia considerando significaciones históricas y significados actuales y potenciales del constructo.

Marco teórico
La etimología latina infans alude a la falta: la palabra está compuesta del prefijo privativo in y el verbo fari, hablar, de modo que, literalmente, infantia significa ausencia de habla. El diccionario de la Real Academia Española define a la infancia como: Período de la vida humana desde que se nace hasta la pubertad. Según este significado se podría suponer entonces que la infancia no es más que un período de tiempo en la vida de un sujeto. El diccionario le confiere al término una dimensión temporal. Y además refiere a una duración mayor que lo que la propia etimología del término –en condiciones normales- define.
Según deMause (1994), la historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos comenzado a despertar hace muy poco. Agrega que cuanto más se retrocede en el pasado, más bajo es el nivel de puericultura y más expuestos han estado los niños a la muerte violenta, el abandono, los golpes, el terror y los abusos sexuales.
Para Delgado Criado (2000), en la antigüedad los asesinatos infantiles no eran infrecuentes y podían tener diferentes motivaciones, por ejemplo, para protegerse los adultos de las amenazas que los oráculos profetizaban, encarnadas en niños que supuestamente irían a asesinar al rey, o la autoridad en cuestión. Cita como ejemplos la matanza de niños judíos por parte del faraón en tiempos de Moisés, o más tarde la matanza de inocentes por parte de Herodes. También pone sobre la superficie los sacrificios rituales que existían y aun persisten y que para los cuales se utilizan menores. En la antigüedad, satisfacer a los dioses con sacrificios humanos, muchas veces infantiles, no era un hecho excepcional, ni circunscrito a la Mesopotamia o el Antiguo Egipto. Era un ritual, una práctica litúrgica frecuente, que llegó también a la Grecia clásica. Y que se practicó en distintas culturas de otros continentes. Los Incas en su etapa precolombina solían sacrificar menores, en especial niñas, como ofrenda a sus dioses. No es una práctica erradicada completamente en la actualidad.
Para deMause (1994) los impulsos filicidas están muy generalizados entre las madres contemporáneas y en las madres psicoanalizadas son comunes las fantasías relativas a puñaladas, mutilaciones, malos tratos, decapitación y estrangulamiento. El autor sospecha que cuanto más se retrocede en la historia más numerosas son las manifestaciones de impulsos filicidas por parte de los padres. La historia del infanticidio en Occidente –señala- está aun por escribirse, pero se sabe ya lo suficiente para afirmar que contrariamente a lo supuesto no es solo un problema de Oriente. El infanticidio de hijos legítimos e ilegítimos se practicaba normalmente en la antigüedad y el de los hijos legítimos se redujo a partir de la Edad Media. Pero el de los hijos ilegítimos continuó hasta bien entrado el Siglo XIX.
En el pasado el infanticidio era un hecho cotidiano y aceptado. Los niños eran arrojados a los ríos, echados en muladares y zanjas, envasados en vasijas para que se murieran de hambre y abandonados en cerros y caminos para permitir que fuesen presas para las aves y alimento para los animales salvajes (deMause, 1994). Y agrega el autor que hasta el Siglo IV ni la ley ni la opinión pública veían nada de malo en el infanticidio. Y los filósofos tampoco. Sostiene que el infanticidio era probablemente un hecho cotidiano desde la prehistoria. Especialmente en el caso de las niñas. Los restos fósiles hallados siempre han evidenciado la predominancia del género masculino por sobre el femenino y no solamente en Occidente.
Según Delgado Criado (2000) refiere a los abandonos de bebes y niños señalando que una de las causas más frecuentes en el pasado y en la actualidad, han sido y son los motivos económicos. Y que con el abandono se lo condenaba al niño, la mayoría de las veces, a una vida de privaciones y escasa en posibilidades.
La forma de abandono más extremada y más antigua es la venta directa de los niños. La venta de niños era legal en la época babilónica y posiblemente fue normal en muchas naciones en la Antigüedad (deMause, 1994). Agrega que otra forma de abandono era utilizar a los niños como rehenes políticos y como prenda por deudas, práctica que se remonta también a la época babilónica. Muchas veces era difícil distinguir la costumbre de enviar a los hijos a servir como pajes o criados en las casas de otros nobles de la utilización de los hijos como rehenes. Además de las prácticas de abandono institucionalizadas la simple entrega de los hijos a otras personas era bastante frecuente hasta el Siglo XIX.
Respecto del maltrato corporal, se ha hecho uso de innumerables ataques a los niños entre los que se destaca la mortificación del cuerpo y muchas han sido las creencias o costumbres insólitas, sobre todo relacionadas con las niñas, que en diversas culturas han mortificado la vida de generaciones de menores (Delgado Criado, 2000). Por ejemplo –señala el autor- la costumbre de comprimir los pies de las niñas en China. Impulsados por la ignorancia, el afán de sometimiento o los particulares ideales estéticos a lo largo de la historia se ha torturado a millones de menores. Señala como ejemplos el estiramiento del cuello de las niñas de alguna tribu africana, o la costumbre de comprimir la frente de los recién nacidos en algunas culturas precolombinas.
Según deMause (1994) la costumbre de aterrorizar a los niños con figuras enmascaradas o apelando a historias de personajes siniestros –en ocasiones religiosos- cuando simplemente lloraban, querían comer o querían jugar, indicaría la magnitud de la proyección y la necesidad de controlarla por parte del adulto. Supone además, que en la actualidad esto sólo está presente en personas con alto grado de psicosis. El autor refiere que ciertamente no era la capacidad de amar la que faltaba al padre de otras épocas, sino más bien la inmadurez afectiva necesaria para ver al niño como una persona distinta de si mismo. Y agrega que es difícil calcular la proporción de padres que alcanzan hoy con cierta coherencia el nivel empático.
Entre los instrumentos de castigo figuraban látigos de todas clases, incluidos los de nueve ramales, palas, bastones, varas de hierro y de madera, haces de varillas, disciplinas e instrumentos escolares especiales, como una palmera que terminaba en forma de pera y tenía un agujero redondo para levantar ampollas. De la frecuencia comparativa de su uso da una idea las categorías del maestro de escuela alemán que calculaba que había dado 911.527 golpes con el garrote, 124.000 latigazos, 136.715 bofetadas y 1.115.800 cachetadas (deMause, 1994). Añade el autor que siglo tras siglo los niños zurrados crecían y a la vez zurraban a sus hijos. La protesta pública era rara. Incluso humanistas y maestros que tenían fama de ser muy bondadosos como Petrarca, Ascham, Comenio y Pestalozzi, aprobaban el castigo corporal de los niños. A medida que empezaron a disminuir los azotes fue preciso buscar sustitutivos. Por ejemplo encerrar a los niños en lugares oscuros fue una práctica muy generalizada en los siglos XVIII y XIX.
La creencia de que los niños estaban a punto de convertirse en seres absolutamente malvados es una de las razones por las que se les ataba o se les fajaba bien apretados y durante mucho tiempo (deMause, 1994). Dice también que se faja al niño por estar lleno de proyecciones peligrosas y perniciosas de los padres. Las razones dadas para justificar la envoltura en vendas o fajas en otras épocas –concluye- son las mismas que se dan hoy por quienes la practican en Europa Oriental: hay que sujetar a los niños porque si no se arrancarían las orejas, se sacarían los ojos, se romperían las piernas o se tocarían los genitales. La envoltura del niño en fajas y pañales era tan complicada que se tardaba hasta dos horas en vestirle.
Continuando con el maltrato a los menores, Delgado Criado (2000) pone especial atención en relación a la agresión al cuerpo infantil, por su difusión, antigüedad histórica y dolorosa y lamentable persistencia, la mutilación genital femenina, que al parecer se habría iniciado en Egipto hace unos 2.000 años. Las principales razones aducidas para la continuación de esta práctica, aun presente en el mundo, son la costumbre y la tradición. Los niños, por su parte, también han sufrido mutilaciones genitales: las castraciones. La han sufrido con distintos objetivos a lo largo de la historia: por ejemplo, para convertirlos más tarde en guardianes de confianza de los aposentos femeninos, o en cantores de voz atiplada en las cortes y los monasterios (una práctica, esta última, todavía vigente en Europa en el siglo XIX). O para convertirlos en objetos sexuales, como en la Roma imperial, en la que a pesar de algunas disposiciones en contra, no eran insólitas las castraciones (también se practicaba, en distintas culturas, la castración de adultos como castigo por algunos delitos, o a los prisioneros de guerra). Para deMause (1994) el niño de otras épocas estaba rodeado desde su nacimiento de una atmósfera de muerte y de medidas contra la muerte. Desde la Antigüedad, los exorcismos, purificaciones y amuletos mágicos se han considerado necesarios para ahuyentar a la multitud de fuerzas mortíferas que se suponía que acechaban al niño, y se le aplicaban a él y a lo que le rodeaba, agua fría, fuego, sangre, vino, sal y orina. El autor sostiene que los impulsos de mutilar, quemar, congelar, ahogar, sacudir y arrojar violentamente al niño eran frecuentes en otras épocas. Algunas veces- agrega- se practicaba el lanzamiento del niño fajado. Un hermano de Enrique IV murió porque lo dejaron caer cuando jugaban con él pasándolo de una ventana a la otra.
Según deMause (1994) había también una serie de costumbres en virtud de las cuales se sometía al niño a la cuasi congelación, desde el bautismo por inmersión en agua helada y el rodamiento por nieve hasta la práctica del baño consistente en sumergir al niño una y otra vez en agua helada, cabeza y todo con la boca abierta y sin aliento.
Con los abusos sexuales a menores y su prostitución forzada entramos en uno de los capítulos más siniestros de la historia de la humanidad. En la antigüedad se consideraba natural considerar a los menores como objetos sexuales, se encuentran muchos ejemplos al respecto en la Roma Imperial. Los testimonios de estos abusos en prácticamente todas las culturas son abrumadores: en la medida que no se les consideraba sujetos de derechos estaban fácilmente expuestos a ellos (Delgado Criado, 2000). Desgraciadamente, en la actualidad sigue siendo un tema vigente y de amplia difusión. Junto a los abusos cometidos en el ámbito familiar, en la mayoría de los casos ignorados y por lo tanto impunes (pero de efectos desbastadores para los menores que los padecen), hay que situar el turismo sexual y el tráfico de menores destinado a la prostitución. El autor destaca estos aspectos de maltrato en la historia de infancia a través de los distintos períodos por los que la humanidad ha atravesado.
En la antigüedad el niño vivía sus primeros años en un ambiente de manipulación sexual. En Grecia y Roma no era infrecuente que los jóvenes fueran utilizados como objetos sexuales por hombres mayores. La forma concreta variaba según las regiones y la época (deMause, 1994). Los datos que ofrecen la literatura y el arte, señala el autor, confirman el hecho de la utilización sexual de los niños más pequeños. Petronio gusta de describir a los adultos palpando el “pequeño instrumento inmaduro”. Según deMause (1994) se debe recordar que no es posible que se cometan abusos sexuales con los niños en forma generalizada sin la complicidad, por lo menos inconsciente, de los padres. En otras épocas los padres ejercían el control más absoluto sobre sus hijos y eran ellos los que tenían que acceder a entregarlos a quienes los ultrajaban.
Desde el renacimiento se comenzó a combatir la manipulación sexual de los niños. La campaña contra la utilización sexual continuó a lo largo del Siglo XVII, pero en el XVIII tomó un giro totalmente nuevo: castigar a los niños o niñas por tocarse los genitales. La masturbación comenzó a ser castigada y los médicos comenzaron a hacer correr la versión que daba origen a la locura, la ceguera y que causaba que en algunos casos además causaba la muerte (deMause, 1994). Médicos y padres aparecían a veces frente al niño con cuchillos y tijeras amenazándole de cortarle el miembro. Se prescribían moldes de yeso y jaulas con púas para evitarla.
La utilización sexual de los niños después del Siglo XVIII estuvo mucho más generalizada entre los criados y otros adultos y adolescentes que entre los padres, aunque teniendo en cuanta que eran muchos los padres que seguían dejando que sus hijos durmieran con los criados luego de haber sorprendido a otros criados anteriores abusando de ellos, es evidente que las condiciones para que esos abusos se dieran permanecían bajo el control de los padres (deMause, 1994).
Para deMause (1994) los efectos que producían en el niño los graves abusos físicos y sexuales eran enormes. Pero destaca dos: el psicológico y el físico. El primero es la enorme cantidad de alucinaciones y pesadillas sufridas por los niños según consta en las fuentes consultadas. El autor señala además que posiblemente muchos niños en el pasado sufrieron realmente un retraso físico como consecuencia de la falta de cuidado que sobre ellos se observaba.
Para deMause (1994) los niños siempre han cuidado de los adultos en forma muy concreta. Desde la época romana, niños y niñas servían a los padres a la mesa, y en la Edad Media todos los niños –excepto los de sangre real- actuaban de sirvientes, en sus hogares o en hogares ajenos siendo su prioridad servir a los adultos. Respecto del trabajo de los niños, recuerda que estos hacían gran parte de las faenas del mundo, mucho antes de que el trabajo infantil se convirtiera en un problema en el Siglo XIX, por lo general desde los cuatro o los cinco años.
El desplazamiento continuo entre proyección e inversión, entre el niño como demonio y como adulto produce una “doble imagen” a la que se debe gran parte del extraño carácter de la infancia en otras épocas (deMause, 1994). Sostiene deMause (1994) que en las fuentes hay muchos indicios de que a los niños, por regla general, no se les daba suficiente alimento. Los hijos de los pobres, por supuesto, pasaban hambre a menudo, pero incluso los de los ricos –sobre todo las niñas- se suponía que debían tomar pequeñas cantidades de comida o poca carne o ninguna.
Los niños han sido identificados siempre con sus excrementos; a los recién nacidos se los llamaba ecréme y la palabra latina mierda dio origen a la francesa merdeux, niño pequeño (deMause, 1994).
Desde otra perspectiva del análisis de la alimentación de los menores, Erikson (1993) sostiene que existiría cierta convergencia entre la oralidad del niño sioux y los ideales éticos de la tribu. El menciona la generosidad como una virtud de gran importancia exigida en la vida sioux. Y dice que una primera impresión sugiere que la exigencia cultural relativa a la generosidad recibía su impulso más temprano en el privilegio de disfrutar de la lactancia y en la seguridad que emanaba de una alimentación materna ilimitada. Los sioux, es necesario recordar, mamaban de cualquier teta en condiciones de alimentar con la sola restricción de no hacerlo de manera agresiva.
Según deMause (1994) es de suma importancia centrarse en los momentos que más influyen en la psique de la siguiente generación y esto sucede –destaca- cuando un adulto se halla ante un niño que necesita algo. Dice que el adulto dispones de tres reacciones;
1. Puede utilizar al niño como vehículo para la proyección de los contenidos de su propio inconsciente (reacción proyectiva).
2. Puede utilizar al niño como sustituto de una figura adulta importante en su propia infancia (reacción de inversión).
3. Puede experimentar empatía respecto de las necesidades del niño y actuar para satisfacerlas (reacción empática).
En la reacción proyectiva se descargan sentimientos en el otro. Se lo usa como recipiente. En la de inversión, se lo pone como padre del que se espera atención y si esta no aparece, puede se la causa del maltrato. Muchos padres pegadores aducen que sus hijos no los quieren. La tercera es la capacidad que tiene un adulto de situarse en la necesidad del niño e identificarla correctamente sin mezclar las proyecciones propias del adulto.
Dado que todavía hay personas que todavía matan, pegan y utilizan sexualmente a los niños, todo intento de periodizar las formas de crianza de los niños ha de empezar por admitir que la evolución psicogénica sigue distintos ritmos en distintas familias y que tal vez muchos padres parecieran haberse quedado detenidos en modelos históricos anteriores (deMause, 1994).
Según la teoría psicogenética, el supuesto tradicional de la mente como tabula rasa se invierte y es el mundo el que se considera como tabula rasa; cada generación nace en un mundo carente de sentido que solo adquiere significado si el niño asume un determinado tipo de crianza. Tan pronto como cambia para un número suficiente de niños el tipo de crianza, todos los libros y objetos del mundo quedan descartados por inútiles para los fines de la nueva generación y la sociedad empieza a moverse en direcciones imprevisibles (deMause, 1994).
Según Erikson (1993), pareciera que los sentimientos de la gente siempre han percibido los que los científicos han aprendido a conceptualizar hace muy poco, a saber, que pequeñas diferencias en la educación infantil son la significación perdurable y a veces fatales para diferenciar la imagen que un pueblo tiene del mundo, su sentido de la decencia y su sentimiento de identidad.
Afirma Rosbaco (2000) que las instituciones como la familia y la escuela, son consideradas como conjunto de subjetividades que se posicionan de acuerdo con las reglas de cada una, actúan como significantes sociales que imprimen marcas imborrables en la construcción de la subjetividad. Por el contrario, dice la autora que la marginalidad produce como efecto que el sujeto quede por fuera de las relaciones de producción y de la cadena de significantes culturales. Se profundiza la cadena de empobrecimiento yoico y el sentimiento de impotencia que le hacen creer al sujeto que él es incapaz de transformar una situación de opresión.
El 20 de noviembre de 1959 las Naciones Unidas proclamaron la Declaración de los Derechos del Niño. Dice entre otras cosas que el niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad. El niño tendrá derecho a disfrutar de alimentación, vivienda, recreo y servicios médicos adecuados. El niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión. El niño tiene derecho a recibir educación, que será gratuita y obligatoria por lo menos en las etapas elementales. Se le dará una educación que favorezca su cultura general y le permita, en condiciones de igualdad de oportunidades, desarrollar sus aptitudes y su juicio individual, su sentido de responsabilidad moral y social, y llegar a ser un miembro útil de la sociedad. El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No será objeto de ningún tipo de trata. No deberá permitirse al niño trabajar antes de una edad mínima adecuada.
Casi 40 años después de esta declaración, Naciones Unidas en su Resolución de la Comisión de Derechos Humanos 1996/85 admite estar profundamente preocupada porque en muchas partes del mundo la situación de los niños sigue siendo crítica a causa de las condiciones sociales y económicas inadecuadas, los desastres naturales, los conflictos armados, el desplazamiento, la explotación económica y sexual, el analfabetismo, el hambre, la intolerancia y la discapacidad. Y más aun se reconoce profundamente preocupada por la persistencia de las prácticas de venta de niños y la existencia de mercados para ello, la prostitución infantil, la utilización de niños en la pornografía y las adopciones fraudulentas que se registran en muchas partes del mundo, así como por los constantes informes acerca de niños que participan en delitos graves, como el uso indebido de drogas, los actos de violencia y la prostitución y, a este respecto, consciente de que los niños de la calle son especialmente vulnerables a estos fenómenos. Además se declara preocupada por la explotación del trabajo infantil y por el hecho de que esta práctica priva desde una edad temprana a un gran número de niños de los beneficios de la educación básica, en especial las zonas asoladas por la pobreza, y puede poner en peligro injustificadamente su salud e incluso su vida. Y una vez más profundamente preocupada por el número cada vez mayor de niños de la calle en todo el mundo y por las sórdidas condiciones en que estos niños se ven obligados a vivir con frecuencia, así como por los asesinatos de estos niños y la violencia contra ellos.

Desarrollo
El marco teórico de referencia tan sólo refresca algunos conceptos elaborados respecto de la historia y la actualidad de la infancia. Pero, ¿de qué infancia? Pensar que se habla de lo mismo cuando se habla de la infancia en un pueblo costero de Europa en el Siglo XII o de un niño actual en Singapur pareciera un despropósito. La especie humana produce crías relativamente similares y más allá de las apariencias físicas, es difícil pensar que el hijo de un esquimal apartado del seno de su familia muy tempranamente y criado en Rio de Janeiro por padres brasileros, a los 15 años diferencie más de cien matices del color blanco como otro que permaneció en su hábitat o vaya a ser muy distinto al promedio de los jóvenes cariocas. Estas son las diferencias aportadas por el entorno. Sobre esto parecen advertirnos los autores citados, en especial deMause, Erikson y Rosbaco y sabemos que en esa línea hay infinidad de producción científica. Pero ya Kant mucho antes hablaba del imperativo categórico. Y Aristóteles se refería al bien como aquello que hace el hombre bueno. ¿Y quien es el hombre bueno? El que hace el bien. ¿Y como se aprende a hacer el bien? Plegándose sobre si mismo, decía el filósofo griego. Haciendo placentero y agradable aquello que en principio pudiera no gustar pero que era condición del bien, se llegaba al conocimiento y la práctica del bien. Si quisiéramos buscar un antecedente lejano los pensamientos de Watson y de Skinner, este sería un ejemplo interesante. ¿Es el niño un sujeto al que se observa y se considera por su presente o se lo trata según su proyección? ¿Es la infancia un lugar de paso, de inhabitabilidad? ¿O acaso es un lugar en el cual se desarrollan recursos pero además de eso durante su desarrollo el fin último es la actividad de la vida misma? La infancia tiene una representación de estadio previo a algo. A la adultez. La adultez tiene una representación estable, porque le sucede la muerte. Y la muerte no se representa en lo vital.
Entonces la adultez sería un período en el cual alcanzamos lo que seremos tanto si somos lo que hemos deseado o lo que alguien ha deseado por nosotros, una combinación de ambas circunstancias u otra cualquiera. Esto opera en el plano de la fantasía con una fuerza tan enorme que en el proceso de subjetivación del niño, se lo convierte en objeto. Se lo hace objeto del proyecto de alguien, de muchos, de una cultura, sin excluir los deseos de cada padre en su contexto histórico. El futuro guerrero, creyente o ciudadano, sea que haya sido educado en una sociedad tribal, por un cura o por el estado de una nación de Occidente en la modernidad parece compartir –de alguna manera- una estructura que cambia el color de las paredes y la decoración, pero mantiene intactas los cielorasos, columnas y aberturas. Pareciera que a través de la historia y en la actualidad la infancia –en diferencia con la adultez- en el imaginario desde ya, no es un lugar de residencia sino de paso. Es el pasado del futuro. ¿Y acaso la adultez no lo es también, o seremos eternamente adultos? ¿Entonces será que la infancia un día alcanzará la mayoría de edad y podrá desarrollarse según su propia naturaleza y no tan solo conforme al parámetro de servir a ese mismo sujeto en el futuro?
No existen estudios de la infancia realizados por niños. Si existen muchos en los que participan niños. Pero las conclusiones de cómo los niños son, siempre son establecidas por los no niños. Esto no quita mérito a la producción científica. ¿Le quitará acaso perspectiva? En el sentido de si habrá cierto patrón educativo en aquellos niños que devienen en investigadores. Si hay puntos de contacto en su socialización primaria y secundaria. Y como esto tiñe luego cada producción. ¿Hay una tabula rasa compartida –un mundo afín- según el desarrollo de deMause respecto del mundo como tal, en cada investigador? ¿Cuánto debe ser flexible la mente de un adulto para comprender la de un niño? La tercera condición de deMause, por cierto interesante como perspectiva, es tal vez la más compleja a la hora de su puesta en práctica.
La base empática de la que todo adulto debe estar dotado para la aproximación al niño no se sustenta solamente en si puede o no puede comprender la esfera cognitiva y emocional del pequeño, sino que debe poner en práctica exitosamente la convicción y sensación de que el niño no puede comprender la estructura cognitiva ni afectiva del adulto. Al menos en los términos que un adulto la ha incorporado. Y esto en la vida cotidiana no es tan simple. Y las reacciones proyectivas y de inversión enunciadas por deMause brillan entonces, con todo su esplendor.
La historia de la infancia en los trabajos de innumerables autores ha ido en general sobre la convicción de que los niños fueron objeto de una educación temprana para asumir los roles definidos para su género. Se los preparaba desde niños para sus roles de adultos. Sea que fueran cazadores, pescadores o agricultores, los niños tenían una educación y las niñas otra diferente. Al menos los niños y las niñas a los que se les permitían vivir o sobrevivían al hambre y las epidemias.
El ángulo de visión de la mujer es 10º más amplio que el de los varones. La razón es que las mujeres debían atender muchos objetivos móviles a la vez – concretamente los niños- y en espacios reducidos. Cuidar de las crías para que la especie repitiese su objetivo vital era su misión. Los hombres -aun en la actualidad- tienen un sentido de la orientación, incluso aun utilizando mapas, más desarrollado que las mujeres. Esto se debe a que salían en largas travesías y de no saber como regresar, jamás retornarían a sus hogares. La tabula rasa mundo, como dice deMause dejó su impronta en el ADN de la especie. Y este podría ser un signo de acomodación adaptativa respecto de estímulos que de no haber sido comunes a la especie, no se hubieran desarrollado en todos los seres humanos tal como ha ocurrido. La modalidad de hacer las cosas –cultura- producto de la inteligencia (variante humana del proceso de adaptación de los seres vivos) que permite al Homo Sapiens simbolizar y planificar, repercute en la dotación orgánica corporal durante el desarrollo evolutivo de la especie. ¿Será entonces el medio social inocente a la hora de configurar el futuro patrón del temperamento de la humanidad? ¿Por qué suponer que la aplicación permanente de recetas que no han dado resultado a lo largo del tiempo alguna vez iluminará el punto de inflexión hacia una humanidad naturalmente más solidaria y menos agresiva con las nuevas generaciones? Quienes adhieren a la teoría evolutiva sostienen que las fuerzas evolutivas, sociales y culturales afectan los comportamientos, emociones y pensamientos humanos.
Erikson arriesga una hipótesis en la que sostiene que la generosidad de los Sioux se debía posiblemente a la disponibilidad de lactancia inagotable para cada uno de los niños de la tribu. Que esta aproximación al alimento que garantiza su alimentación sin restricciones genera una matriz conceptual y emocional en la cual la propiedad no es valorizada porque los recursos no serían escasos sino inagotables. El infiere que desde esta modalidad cultural de crianza se conforma un adulto con patrones particulares. Desde su período oral se instala este patrón en su estructura psíquica y deviene posteriormente en conductas concretas a la vez sostenidas por un sistema social que premia su ejecución.
Los estudios de la teoría evolutiva han concluido que la agresividad y la violencia son patrones estables de la mayoría de los seres humanos ya que en el pasado era casi imposible sobrevivir sin el uso de la fuerza. Entonces somos todos descendientes de aquellos que han tenido una determinada estirpe genética y por tanto un temperamento más violento y agresivo. Han sido en definitiva más fuertes y como tales se han impuesto sobre los otros. Este mensaje también está inscripto en el ADN de la especie, sin con esto pretender adherir en lo más mínimo al convencimiento de Lombroso, quien en pleno iluminismo sostenía que asesino se nace. Afirmar eso sería la negación del sujeto como ser social. Tal vez el médico italiano pecó de no disponer de la obra sobre el apego desarrollada por Bowlby, los escritos respecto del otro significante de Mead, y la producción de tantos autores. Hemos avanzado lo suficiente ya como para saber que las aves y los mamíferos requieren la asistencia del otro para la supervivencia y que en la base de todo comportamiento la usina que lo impulsa es la calidad del vínculo.
¿Pero acaso los Sioux no tienen el mismo patrón de ADN que los Hunos que fueran comandados por Atila? Si, es el mismo, no tienen diferencia alguna entre ellos. Y los Sioux han sido también una tribu guerrera. La sucesión de los caciques Siux se daba por dos motivos; sus antecedentes como guerrero y su generosidad. Pero tal vez un sesgo en esa tabla rasa del mundo formulada por deMause aparece en las reflexiones de Erikson. Y este hallazgo -si lo fuere- de Erikson reflejado en las reflexiones de deMause cobraría significativa importancia. Foucault afirmaba –interpretando a Nietzsche- que el conocimiento es como el centello que surge del choque entre dos espadas, proviene de las mismas pero no está compuesta por el acero de estas.
¿Cuál es la diferencia, más allá de lo formal, que existe entre aquel niño devenido súbitamente en guerrero, campesino, artesano o monje y este contemporáneo del Siglo XXI que viste a los seis o siete años atuendos copiados de la ropa de moda de los adultos? ¿Será que hemos logrado avanzar algo en términos de significados o el conocimiento tan sólo nos sirve para ser más eficientes en la repetición de lo que siempre hemos hecho? ¿La imagen idealizada de una fuerza superior representada en un trueno, nube, montaña o lo que sea que fuere acaso tenía mayor o menor entidad en la respuesta concreta de un individuo frente a su circunstancia que la que por estos tiempos ejerce la impronta de la figura central de cualquier culto monoteísta? ¿No será que cambiamos las representaciones para no cambiar nunca los contenidos? El mundo de deMause, esa tabula rasa que nos determina y que puede tener cualquier forma pareciera que por ahora tan solo ha cambiado de disfraz. Los contenidos siguen siendo los mismos, los nombres cambian y la sensación que todo ha cambiado sobreviene tal vez, con cierto margen de error.
La fotografía inicia con sus primeras imágenes a principios del Siglo XIX. Antes del año 1850 ya había tomas realizadas con cámaras oscuras y emulsiones químicas de sales de plata. Como toda la tecnología, avanzó lentamente en sus años iniciales y luego con un ritmo vertiginoso. El gran problema de los fotógrafos hogareños durante buena parte del siglo XX ha sido el extremo cuidado en no permitir la exposición a la luz de la película en cuestión ya que por el solo hecho de este contacto, todo lo allí previamente registrado se perdería. Y así ocurrió durante décadas con los famosos rollos de 35 mm. Un día, durante los años 80, un señor pensó algo curioso, aunque obvio. La película se vela porque el rollo inicia su recorrido desde la primera foto y sigue hasta la última dejando expuestas todas las tomas ya realizadas en caso de una eventual exposición a la luz del sol u otra de cierta intensidad. ¿Pero qué pasaría si primero desenrollo toda la película y saco las fotos de atrás hacia delante de manera que a medida que va impregnándose cada imagen en el negativo va protegiéndose dentro de su envase original al enrollarse? Simple, se terminaría para siempre con un riesgo que causo la infelicidad y frustración de miles de fotógrafos aficionados. Algo tan simple de ver luego de ser pensado por alguien, algo que cuando ocurrió todo fotógrafo pensó, pero que obvio, cómo no me di cuenta antes… requirió de varias décadas para tener su oportunidad en el conocimiento humano. Pongo este ejemplo tan simple de rigidez paradigmática pensando si acaso no nos encontramos como humanidad frente a un rollo que se nos vela una y otra vez. Y su resultado tal vez sea enviar adultos -en el mejor de los casos- a una incesante peregrinación por diversos tipos de consultorios.
Pareciera que deMause propone una aproximación con la opción de la actitud empática hacia los niños. Y también en su picogénesis y tabula rasa. Pero de su producción, si bien reconoce que hay aun casos de infanticidio, violación, maltrato, abuso y trabajo infantil, se podría inferir que sostiene que la sociedad moderna y la educación han sido un bálsamo a tanta penuria generalizada sufrida por los niños en épocas pasadas. Y los datos concretos de la realidad parecen ir en otro sentido. Si bien tal vez el pasado ha sido más duro estamos lejos del paraíso.
Hace ya casi 50 años las Naciones Unidas declararon los Derechos del Niño. Algo así como sacar la tierra que se hallaba escondida debajo de la alfombra. Como toda declaración habla de los niños en general, de los derechos de la infancia, de las medidas para evitar las situaciones anómalas según la concepción de quienes elaboraron tal declaración, y sobre todo, es un mensaje de esperanza y buena voluntad. Pero todos sabemos las diferencias que existen entre las declaraciones de principios y la realidad. La historia de la humanidad ha desarrollado en este sentido un doble discurso elocuente. Pero no doble en el sentido de que por un lado esta manifiesto y por otro, conlleva un mensaje latente. Hay un doble discurso y ambos son manifiestos. No sería raro encontrar a muchos de los firmantes castigando a sus hijos, manoseando a sus nietos o negando la posibilidad de estudiar con su comportamiento social a muchos de sus vecinos, por ejemplo. El Vaticano el año pasado debió reforzar financieramente la Diócesis de Boston para que no se declare en bancarrota debido a los juicios perdidos a mano de sus clérigos por abuso sexual de menores. No se observa otro paisaje a lo largo y lo ancho de la tierra que Templos suntuosos repletos de riqueza en su interior y niños mendigos suplicando una limosna frente a sus puertas. Niños enviados ahí por un adulto. Y este escenario no es característico de culto alguno, es un común denominador en los 5 continentes.
Pasadas casi cuatro décadas de aquella declaración, la mencionada organización internacional tuvo que salir con ímpetu a contener los abusos que sobre los menores lejos de cesar, se mantenían o incrementaban. Y tiene cientos de declaraciones y planes de acción puntuales sobre los países asiáticos, africanos y Latinoamérica.
En los Estados Unidos, la economía más poderosa del planeta con el 25% del producto bruto global y tan sólo el 5% de la población del mundo, los datos respecto de los niños no son alentadores. El 7% de los niños viven debajo del nivel de pobreza. En la década de los 60 el 6% de los niños tenían sobrepeso. En un estudio realizado en 2004 y 2005 esta cifra subió al 18% de la población menor de 14 años. Solo el 89% de los niños tienen seguro de salud actualmente y en el 2004 el porcentaje era 90. El 11% de los niños del último año de la escuela primaria han reportado beber alcohol en exceso. El 9% de los niños son asmáticos. Sólo el 80% de los niños reciben las vacunas adecuadas. ¿Qué se puede esperar entonces para una buena parte del resto del planeta sino condiciones mucho más desfavorables? Según el Alan Guttmacher Institute la tasa de abortos respecto de los nacimientos es del 38% en los Estados Unidos y supera el 45% en el planeta. La mayoría de las madres que acuden a abortar no son niñas; ¿pero en cuanto influye la representación que de ese futuro niño y su crianza al momento de decidir abortar?
Los niños aprenden las primeras cosas –y muchas otras posteriormente- por imitación. Las ponen a prueba y ven si han desarrollado la capacidad. Escuchan una palabra que no conocen y tratan de ponerla en contexto, la repiten en alguna frase y si no son corregidos, la incorporan a su vocabulario con ese significado. Cuando comienzan a hablar mencionan en general bien los verbos irregulares, pero al comenzar a razonar sobre las reglas del lenguaje, comienzan con los errores. Lo que ellos habían incorporado no es lógico y lo cambian. No puede ser… yo quepo y dicen yo cabo. Porque –deducen- es yo grabo, yo lavo, etc. Pero luego son corregidos, comprenden las excepciones de las reglas y terminan hablando bien. Así es con muchos aprendizajes que los niños van incorporando. Los comportamientos de los padres son determinantes en el niño. De los padres o de quien esté cerca del niño. Si los seguimos golpeando, seguimos abusando de ellos, los seguimos maltratando y ejercemos sobre ellos la proyección inversa de la que deMause hace una interesante descripción en su libro, vamos sin duda a cerrar una y otra vez un círculo vicioso del que hasta ahora la humanidad no ha podido salir.
La estructura lingüística no distingue los pronombres para denominar objetos o seres vivientes. Mi hijo, mi maletín, mi auto o mi reloj van precedidos por el mismo significante. Y con lo que es mío hago lo que quiero. Pensar que un maletín, un auto o un reloj son del maletín, del auto o del reloj puede parecer sin sentido. ¿Pero será que mi hijo es mío o es de él? Pero si mi hijo es mío… ¿yo de quién soy? ¿Cuál será la carga que tiene esta modalidad lingüística en las relaciones parentales? ¿Tendrá alguna o será una simple casualidad?
En el pasado eran los padres los que permitían o no, muchas veces, que sus hijos fueran abusados, maltratados o dados para trabajar con patrones. Nada ha cambiado demasiado. Las madres con mejor poder adquisitivo o que trabajan, dejan a sus niños en manos de cuidadores de los cuales, desconocen muchas veces mucho más de lo que conocen. Otras con menores recursos los dejan solos, sin un soporte en aquello que el niño pudiera necesitar. Cuando aparecen los problemas en general, la responsabilidad es de cualquiera menos de los padres. Y si hay tal responsabilidad hay una justificación de peso que como ya describió con generosidad Festinger, produce la disonancia cognitiva que se requiere para la ocasión. O lo habla con el analista o la peluquera. Pero los fragmentos desparramados a su paso no sueldan con pegamentos. ¿O sí?
Los niños del pasado debían ser buenos cazadores, buenos artesanos o buenos en lo que la tradición de la familia abarcaba. La movilidad social era lenta y compleja. Ahora también lo es. Sólo que los niños la pueden acelerar. Claro que para eso deben transformarse en un Messi, en un Federer o hacer de payaso por unas monedas durante dos o tres semanas en la edición número cuatro mil de Gran Hermano. Tal vez por eso se los viste de adultos, para ver si alguien los contrata para algo. O para que no parezcan niños y se refuerce la ilusión de que ellos se deben acomodar al adulto y no al revés. Es posible que una niña anémica de 6 años que se marea, en poco tiempo suponga que está embarazada. Y no como consecuencia de sus fantasías infantiles…
Cuando un niño era objeto de maltratos o abusos, como bien señala deMause existía una complicidad consciente o inconsciente de sus padres. Y ahora es de la misma manera. Los psicólogos sabemos perfectamente que el cómplice silencioso en los casos de abuso sexual, violencia y maltrato infantil es una figura casi indispensable para que esto ocurra. Porque de no participar silenciosamente con la omisión y el ocultamiento, con el efecto de sus ojos cerrados a lo que desea no ver, tal vez muchas de las cosas que ocurren a los menores no ocurrirían.
Se daña el pasado de seres que en el futuro dañarán. Y en tanto esta ecuación no se invierta no será desde las organizaciones internacionales desde donde se consolide una nueva tabula rasa en la que la disposición de los elementos surja diferente luego de la interacción. O tal vez si es posible que puedan ayudar. Pero la cuestión es que por ahora, hay un mensaje dicho y otro actuado. Un discurso y un curso. Una aspiración y una realidad. Y una relación que no parece alcanzar la entidad de intersubjetiva. La relación entre los educadores y los educandos no es simétrica y convertir a estos últimos en objetos está por verse si no cierra más puertas de las que abre. Y es asimétrica en términos de subjetividades, no de la asimetría planteada en los axiomas de Watzlawick.
La discusión respecto del amor a los hijos, en función de si es una tendencia natural impregnada en la filogénesis de la especie o es algo relativo a la cultura, está aun por develarse. No parece que por ahora nadie haya podido demostrar -en el curso de la historia- una cosa o la otra. Como nos enseñara Bateson toda explicación no es más que una tautología y cualquier argumento a favor de una u otra posición no es más que la reproducción de los hechos que concuerdan con dicha hipótesis.
Pero el amor de los padres de una o de otra manera se hace presente. Por su intensidad o por su ausencia. Y cada padre y cada madre pondrán su reserva energética en ese niño y tendrán respecto de él una representación propia que va a determinar muchas de las acciones que tengan en el ejercicio de su rol. Aciertos y fracasos de los padres serán tamizados por el filtro cognitivo y afectivo desarrollado por los niños en interacción con esos padres y en el mejor de los casos, en la adultez y mirando hacia atrás el amor que hayan desarrollado para sus padres les permitirá a esos hijos hacer uso de la calma psíquica que implica la comprensión. Y cuando los desencuentros han sido teñidos de sucesos más traumáticos, tal vez sobrevenga la ansiedad o incluso, la depresión.
Sea una condición filogenética o una producción cultural, posiblemente será el amor el vehículo para una nueva realidad, para ese mundo tabula rasa que como dice deMause puede dispararse hacia destinos imprevisibles. Y en ese punto de inflexión los niños vivan su vida de niños a la vez que desarrollen los recursos para un día poder criar niños empatizando su niñez, respetarlos como tales y ayudando a convertirlos en adultos. Y que esos adultos puedan vivir criando otros niños que no sean tan solo objeto de su propia satisfacción o frustración. Que ayuden a desarrollar eslabones de la cadena en lugar de astillas en los palos.

Comentarios finales
En un casi antiguo film de Margarethe von Trotta llamado Las hermanas alemanas, ambas protagonistas se proponen cambiar el mundo. Una como periodista y la otra como guerrillera. La que elije las armas tiene un niño y lo deja al cuidado de la hermana. Al poco tiempo es capturada y apresada y el niño termina finalmente siendo criado por la tía. Ella quería cambiar el destino de los niños del mundo, pero no pudo criar al niño que había engendrado. Un historia conocida y repetida. El bosque no le permitía ver el árbol.
Los medios masivos de comunicación son capaces de gastar millones de pesos persiguiendo el testimonio de la madre de una menor de 10 años violada en una villa o en el lugar que fuere. Gasto que recuperan con publicidad, desde ya. Pero destinan mucho menos presupuesto al problema que está detrás de cada violación, de cada abuso, de cada dolor humano. Se muestra como noticia algo que es cotidiano. No por cotidiano debería dejar de ser noticia. El problema sería que en la representación social se instalase el sentido de esporádico de estos hechos al ser mostrados cono aberraciones poco frecuentes. Cuando son, bien lo sabemos, mucho más habituales que lo que se publicitan o suponen.
La humanidad sigue en deuda consigo misma. La educación ilustra pero no convierte a las personas en ilustres. Intelectualizar un concepto es algo relativamente sencillo. Desplegar una habilidad requiere de la constancia de la práctica y según cual, de cierto talento. Tomar la iniciativa para emprender una acción, es un desafío de orden superior. Un bien escaso y un patrimonio atado al potencial de cada individuo.
El mundo sigue girando y por ahora, no ha cambiado de sentido. Los huesos golpeados de un niño le producían al menor el mismo dolor hace 25 mil años que en la época de los egipcios o en la actualidad. Si a un niño dolorido o ultrajado le impongo el argumento que no es el único que vive esa situación, el dolor por los golpes o la vejación no será menor en absoluto. Los huesos y los músculos no responden a este tipo de argumentos. Los cientos de resoluciones y acciones de la ONU, UNESCO, UNICEF y tantos otros organismos que hemos inventado para paliar este tipo de contingencias dolorosas –entre otras cosas- no han alcanzado para aliviar el dolor de muchos en el tránsito por la infancia. Tal vez en parte porque no cuentan con los recursos suficientes, no los organizan de la manera adecuada, o no pueden controlarlo según la modalidad más eficaz. Pero muy probablemente también, porque muchas de estas organizaciones están más pobladas de hombres ilustrados que de personas ilustres.
La humanidad avanza velozmente hacia el camino de la ilustración. En ese andar seguramente si no encuentra el golpe de timón que le permita machar hacia una sociedad de ilustres, tal vez el futuro sea incierto. Ilustres pueden ser todos, cualquiera, incluso los analfabetos. Un mundo de ilustres será más seguro que uno de ilustrados.
Hay una tabula rasa en el mundo que puede cambiar y tomar un destino imprevisible como dice deMause. Hay patrones de conducta -según la sospecha de Erikson- que se instalan en la matriz psicológica del sujeto en períodos presimbólicos y ejercen su vigencia reforzados por un marco social que los legitime. Y algún día habrá niños, tal vez, que sean tan sólo niños.
Esta humanidad que siempre ha confrontado a los románticos con los vanguardistas, a los nostalgiosos con los optimistas, requiere desenrollar la película completa y comenzar a tomar fotos. De lo contrario se seguirá velando una tras otra. En guerras sin sentido, en la pobreza sin fin, en marginación, odio y discriminación.
El secreto está en los bebés. En los niños. La clave del misterio por ahora, parece indescifrable. El nudo Gordiano de la esperanza no cederá ante la espada de Alejandro sino frente a la transformación vigorosa de la infancia.

Referencias
Delgado Criado, B. (2000). Historia de la infancia. Barcelona:Editorial Ariel.

DeMause, L. (1994). Historia de la infancia. Madrid:Alianza Universidad.

Erikson, E (1993). Infancia y Sociedad. Buenos Aires:Lumen-Hormé

Naciones Unidas (1959). Declaración de los Derechos del Niño. Resolución 1386 (XIV) Recuperado el 12 de agosto de 2007 de: http://www.unhchr.ch/spanish/html/menu3/b/25_sp.htm

Naciones Unidas (1996). Resolución de la Comisión de Derechos Humanos 1996/85. Recuperado el 12 de agosto de 2007 de: http://www.unhchr.ch/Huridocda/Huridoca.nsf/0/b9172f0ec6c64fc58025669500327a6f?Opendocument

Rosbaco, I. (2000). El desnutrido escolar. Rosario:Homo Sapiens Ediciones

miércoles, 8 de agosto de 2007

Mediación en el divorcio vincular

Introducción
El vínculo matrimonial tiene una situación particular que lo hace especialmente susceptible al desarrollo de conflictos. Para la unión en sociedad conyugal es necesario contar con la voluntad y la capacidad marital de ambos cónyuges. Para su disolución basta con la decisión de una sola de las partes.
En ambas ocasiones -coincidencia y disidencia- los deseos y las motivaciones de las partes conforman el elemento central que caracteriza a los sucesos y su desarrollo. Y en ambas situaciones también, hay deseos manifiestos pero sobre todo latentes. Son estos últimos los que operan con enorme fuerza y los que hay que develar en su real significación para poder avanzar en los acuerdos pero principal e inicialmente, en los desacuerdos.
La materia prima de la mediación en términos de disputas conyugales la conforma el descifrado de ese acertijo de deseos latentes que fuerzan por esquivar los discursos racionales de la conciencia, operando negativamente en la conclusión satisfactoria de cualquier disputa. La labor del mediador entonces será aplicar sus buenos oficios para que estos deseos emerjan en la escena, permitiendo que los motivos reales de la disputa puedan ser conocidos para luego, ordenarlos y encontrar alternativas constructivas respecto de las diferencias. La herramienta de la mediación es la negociación en su concepción más fecunda, cuando orienta su esfuerzo a agregar valor sobre los términos de la disputa y no a distraerse en una mera tarea distributiva.
En las disputas maritales en general los actores no son sólo los que están presentes en la mediación, ya que los hijos ocupan un rol central en todo el curso y discurso de las acciones que se generan. Y en ocasiones, al menos en apariencia, son los hijos –o las cosas con ellos vinculadas- quienes surgen como el botín de la disputa configurando una situación particular por las secuelas que puede dejar en los individuos. Y sobre esto hay que poner especial atención durante el desarrollo de este proceso.

Problema
La expectativa de este trabajo es integrar elementos constitutivos del proceso de mediación con los aspectos más típicos de las disputas conyugales en las separaciones.

Marco Teórico
La expectativa de inclusión del marco teórico refiere en primer lugar a los conceptos generales de la mediación –tanto en sus postulados teóricos como en su práctica-, luego las referencias correspondientes a la problemática de la separación conyugal en su dimensión psicológica y finalmente, conceptos de mediación directamente aplicados a la separación conyugal.
Moore (1995) sostiene que:
“La mediación es una extensión y elaboración del proceso negociador. La mediación implica la intervención de un tercero aceptable, imparcial y neutro, que carece de poder de decisión y habilitado para ayudar a las partes contendientes a alcanzar voluntariamente el arreglo mutuamente aceptable de los temas en discusión”
Según Moore (1995) se puede incluir un mediador en un proceso de negociación cuando:
· Los sentimientos de las partes son intensos e impiden un arreglo.
· La comunicación entre las partes es mediocre tanto por la cantidad como por la calidad, y las partes no pueden modificar por si mismas la situación.
· Las percepciones erróneas o los estereotipos están estorbando la realización de intercambios productivos.
· Las formas repetitivas de comportamientos negativos están elevando obstáculos.
· Hay desacuerdos graves acerca de los datos –qué información es importante, cómo se la obtiene y cómo se la evaluará.
· Hay muchas cuestiones en la disputa y las partes discrepan acerca del orden y la combinación en la que se las evaluará.
· Hay intereses aparentes o reales que son incompatibles, y que las partes reconcilian con dificultad.
· Las diferencias de valor aparentes o no significativas dividen a las partes
· Las partes no tienen un procedimiento de negociación, están usando el procedimiento equivocado, o no utilizan el procedimiento más ventajoso posible.
· Las partes están teniendo dificultades para iniciar negociaciones o han llegado a un callejón sin salida en su regateo.
Para Moore (1995) la mediación es esencialmente la negociación que incluye a un tercero que conoce los procedimientos eficaces de negociación.
La imparcialidad y la neutralidad son esenciales en un proceso de mediación (Young, 1972) citado en Moore (1995). La primera es la actitud no tendenciosa o la falta de preferencia por uno u otro. La neutralidad alude a la relación entre el mediador y los litigantes. Y también que el mediador no espera beneficios de su actuación ni tiene intereses en juego. Según Moore (1995) esto no significa que el mediador no tenga su propia opinión de los objetos en litigio y de los sujetos. Significa que debe separar esta opinión personal de su accionar durante el proceso de mediación.
Kraybill (1979) y Wheeler (1982) citados en Moore (1995) abordan las tensiones entre la imparcialidad y la neutralidad y las tendencias personales de los mediadores distinguiendo entre los intereses fundamentales y los de procedimiento. Wheeler (1982) sostiene que los mediadores suelen distanciarse de los compromisos con resultados determinados y fundamentales –el monto de dinero de un arreglo, la hora del encuentro, etc.- pero mantienen compromisos con normas de procedimiento como la comunicación franca, la equidad y el intercambio justo, la perduración de un arreglo en el transcurso del tiempo y la posibilidad de aplicación. Los mediadores son los defensores de un proceso equitativo y no de determinado arreglo.
Para Coser (1967) citado en Moore (1995) los conflictos implican luchas entre dos o más personas acerca de los valores, o la competencia por el status y los recursos. Los mediadores participan en diferentes niveles de conflicto –latentes, emergentes y manifiestos- de acuerdo con su nivel de organización e intensidad. Los conflictos latentes se caracterizan por las tensiones básicas que no se han desarrollado por completo y no se han convertido en un conflicto muy polarizado.
A menudo, una o más partes no tienen conciencia de que existe un conflicto o de la posibilidad del mismo (Curle, 1971) citado en Moore (1995).
Los conflictos emergentes son disputas en las que se identifica a las partes, estas reconocen que hay una discrepancia y la mayoría de los problemas son evidentes, pero no se ha procedido a desarrollar una negociación viable o un proceso de resolución de problemas.
Los conflictos manifiestos son aquellos en que las partes se comprometen en una disputa dinámica, y pueden haber comenzado a negociar, y quizá incluso llegaron a un callejón son salida (Moore, 1995).
Un mediador carece de poder de decisión autorizado. Esta característica distingue al mediador del juez o arbitro. El mediador trabaja para reconciliar los intereses encontrados de las dos partes. La meta del mediador es ayudar a las partes a examinar el futuro y sus intereses o necesidades y a negociar el intercambio de promesas y relaciones que serán mutuamente satisfactorias y se ajustarán a las normas de equidad de dichas partes (Moore, 1995).
Según la American Arbitration Association citada en Moore (1995), el mediador puede asumir diferentes roles y funciones para ayudar a las partes a resolver las disputas:
· Inaugura los canales de comunicación que promueven o hacen más eficaz la comunicación.
· Es quien legitima, y ayuda a todas las partes a reconocer los derechos de otros a participar en las negociaciones.
· Es el facilitador del proceso que suministra un procedimiento y a menudo preside formalmente la sesión de negociación.
· Es el instructor que educa as los negociadores novicios, inexpertos o sin preparación, formándolos en el procedimiento de negociación.
· Es el multiplicador de los recursos que suministra asistencia procesal a las partes y las vincula con expertos y recursos externos, por ejemplo abogados, peritos, factores de decisión o artículos adicionales para el intercambio, todo lo cual puede permitirles ampliar las alternativas aceptables de resolución.
· Es el explorador de los problemas que permite que las personas en disputa examinen el conflicto desde diferentes puntos de vista, ayuden a definir cuestiones e intereses fundamentales, y busquen opciones mutuamente satisfactorias.
· Es el agente de la realidad que ayuda a organizar una resolución razonable y viable, y cuestiona y se opone a las partes que afirman metas extremas o poco realistas.
· Es la victima propiciatoria que puede asumir parte de la responsabilidad o la culpa por una decisión impopular que las partes de todos modos estarían dispuestas a aceptar. Esto les permite mantener su integridad y cuando tal cosa es apropiada, obtener el apoyo de sus propias bases.
· Es el líder que toma la iniciativa de impulsar las negociaciones mediante sugerencias de procedimiento, y a veces de carácter sustancial.

Los mediadores realizan dos tipos de intervenciones como respuesta a las situaciones críticas: generales o no contingentes y específicos o contingentes (Kochan y Jick, 1978) citados en Moore (1995).
Los movimientos no contingentes son intervenciones generales que un mediador inicia en todas las disputas. Estos movimientos son respuestas a las categorías más amplias de situaciones críticas y corresponden a las etapas de la mediación. Están vinculados con el esquema general de desarrollo y resolución del conflicto. Los movimientos no contingentes permiten que el mediador:
· Ingrese en la disputa
· Ayude a las partes a elegir el método de resolución y el escenario convenientes para el conflicto
· Recopile datos y analice el conflicto
· Diseñe un plan de mediación
· Practique la conciliación
· Ayude a las partes a comenzar negociaciones productivas
· Identifique las cuestiones importantes y elabore una agenda
· Identifique los intereses
· Ayude a las partes a desarrollar alternativas de arreglo
· Ayude a evaluar las alternativas
· Promueva la negociación final
· Ayude a desarrollar un plan de ejecución y supervisión
Moore (1995) señala que en las fases iniciales de la mediación la creación de rapport con los litigantes es muy importante, destacando la credibilidad personal y de procedimientos. El término rapport alude a la capacidad de comunicarse libremente, al nivel de comodidad de las partes y al grado de precisión en la comunicación.
El autor señala también que hay distintos momentos del proceso de negociación en los que el mediador puede comenzar sus gestiones y que esto puede ser más adelante o en forma más tardía.
El rol del mediador cuando ayuda a los litigantes a tomar decisiones acerca de los métodos y los escenarios utilizados en el conflicto es análogo a las decisiones del rol afrontadas por los abogados. Hamilton (1972) citado en Moore (1995) delinea tres posiciones filosóficas que un abogado puede adoptar cuando asesora y aconseja a los clientes:
A. Recolectar los hechos y explicar como se aplica la ley, analizar, recomendar el curso o los cursos de acción más apropiados, y argüir a favor de su adopción.
B. Recolectar los hechos y explicar como se aplica la ley, analizar, recomendar el curso o los cursos de acción que el cliente puede seguir, y dejar la decisión enteramente a su cargo.
C. Discutir las posibles ramificaciones del curso de acción y la situación hasta que el cliente se encuentre en condiciones de adoptar su decisión.
Los mediadores entonces deberán también elegir una de estas tres posiciones, con excepción que no deben interpretar la ley. La mayoría de los mediadores posiblemente orienta su acción a la opción C permitiendo a las partes transcurrir los caminos de la decisión desde sus posiciones particulares y luego de flexibilizar los aspectos más rígidos de la disputa. En cada situación observando la equidad, neutralidad e imparcialidad que se han destacado en otros párrafos de este trabajo.
Según Moore (1995) los mediadores pueden ayudar a las partes en conflicto a ejecutar una de las siguientes tareas:
· Identificar los intereses o las metas que deben satisfacerse en un posible arreglo.
· Considerar la gama de desenlaces posibles y aceptables de la disputa.
· Identificar los enfoques del conflicto que puedan ayudar a los litigantes a alcanzar las metas individuales, de los subgrupos o colectivas.
· Identificar y evaluar los criterios de selección de un enfoque.
· Seleccionar y formular un compromiso en vista de un enfoque aceptable.
· Coordinar los enfoques entre los litigantes si tal cosa es necesaria.
Los mediadores usan varios procedimientos, individualmente o combinados, para la reunión de datos: la observación directa, las fuentes secundarias y la entrevista. Esta última es el modo más usual que tienen los mediadores para recabar la información que requieren para su intervención. Pueden realizarse antes de las reuniones conjuntas o dentro de las mismas. Las ventajas de las entrevistas específicas incluyen:
· La capacidad de concretar la atención en las cuestiones que son importantes para el mediador.
· La facilidad para filtrar la información extraña o impertinente que resulta del hecho de que el litigante no comprende el foco principal de la entrevista.
· La capacidad para obtener la información más útil en el lapso más breve.
Varios autores han observado las diferentes etapas emocionales que los litigantes recorren en el proceso de desarrollo del conflicto (Douglas, 1962; Kessler, 1978; Ricci; 1980) citados en Moore (1995). Al inicio de las negociaciones las personas a menudo se muestran frustradas, ofendidas, irritadas, desconfiadas, alteradas, sin esperanza, resentidas, traicionadas y temerosas. O resignadas en ocasiones a soportar condiciones insatisfactorias. Para que puedan mantenerse discusiones racionales en torno de las cuestiones importantes, debe controlarse y minimizarse el efecto de las emociones negativas, por la actividad de los propios litigantes o por la de un tercero. Si no se concreta el control de la emociones en la etapa temprana de la negociación los sentimientos manifestados francamente o experimentados en silencio, probablemente después bloquearán la posibilidad de un acuerdo.
Señala Moore (1995) que a menudo los conflictos se agravan o atenúan sobre la base de la percepción que una parte tiene de la otra. El papel del mediador en la fase de conciliación consiste en reducir las barreras perceptuales que se oponen a la negociación. Generalmente se lo consigue en cuatro etapas:

1. Identificar las percepciones que tiene una parte
2. Evaluar si las percepciones parecen exactas o inexactas
3. Evaluar la posibilidad de que las percepciones impidan o auspicien un arreglo productivo y fundamental
4. Ayudar a las partes a revisar su percepción de los restantes litigantes cuando los han caracterizado con estereotipos u otras deformaciones de la imagen y reducir los efectos negativos de esas distorsiones.
Los intereses de las partes pueden no estar claros por diferentes motivos. Uno de ellos es el desconocimiento de determinado interés por la propia parte, quien puede tener un conocimiento erróneo de los mismos. El ocultamiento intencional de los intereses es otra razón frecuente. Esta estrategia esta orientada a maximizar los resultados del litigio a favor del litigante que la aplica. En ocasiones, cada parte oscurece sus verdaderos intereses sobre el conflicto y una de las tareas del mediador es tratar de que emerjan al plano conocido por todos. También la equiparación de los intereses con las posiciones es frecuente. Y el desconocimiento de los procedimientos para explorar los intereses puede ser un obstáculo insalvable en el proceso de mediación.
En la mediación en situación de divorcio vincular, los aspectos psicológicos de las partes no pueden ser desconocidos ni medidos fuera de su dimensión tanto manifiesta como latente.
Como señalan Alvarez, Varela y Greif (1991) hay aspectos estructurales inconcientes que hacen a dinámicas que subyacen en toda relación familiar, que determinan características particulares de otros grupos familiares. Los de origen, los que pertenecen a la historia individual de cada uno de los cónyuges. El grado de independencia que se obtiene de ellos estará incidiendo directamente en los nuevos vínculos del sujeto, ya sea como cónyuge o como progenitor.
Los autores sostienen que la problemática de la separación suele focalizarse en la disputa que cada uno de los progenitores mantiene pendiente y canaliza a través de los hijos. Estos dejan de ser sujetos con ansiedades, necesidades, deseos y demandas personales, para transformarse en objetos y por lo tanto, en calidad de tales, factibles de ser apropiados por alguna de las partes, apareciendo como foco de contienda en un campo de batalla de los adultos. Lo que suele suceder entonces es lo que en realidad se está ocultando: resentimiento y rivalidades, con contenidos retaliativos, de venganza entre los adultos por sus propios conflictos en los que el hijo es utilizado como instrumento de agresión, a través de quien se “castiga” a la otra parte, o como objeto- trofeo de la contienda.
Según Castelao y Mizrahi (2003) la modalidad vincular que posee una persona se estructura en los primeros años de vida y en base a las primeras relaciones afectivas con los otros significativos (padres o sustitutos de esa función). Los vínculos se configuran a partir de esas primeras formas de intercambio mediante los mecanismos de identificación y proyección. Los vínculos pueden ser empáticos y positivos (basados en la confianza, el cariño y la protección) o negativos (basados en la hostilidad, odio o agresión en la que el otro es visualizado como rival o peligroso, dando lugar a un posicionamiento del sujeto en el polo de dominio o de sometimiento). Vínculos tempranos insatisfactorios caracterizados por la deprivación emocional o material o enmarcados en una dinámica intrafamiliar disfuncional, determinarán trastornos graves en la configuración de su modalidad vincular futura.
El divorcio enfrenta a los cónyuges con sentimientos de desilusión, frustración y pérdida. Implica además un cambio sustancial en la vida de esas personas. El modo de elaborar la situación de separación, dependerá de las características de personalidad de cada uno, del conflicto intrapsíquico desencadenado por la ruptura del vínculo y de las características psicopatológicas del vínculo que habían construido y que se fue gestando durante años hasta su deterioro final (Castelao y Mizrahi, 2003).
Según los autores, en los divorcios malignos el reproche se estereotipa como única modalidad de mensaje cotidiano, no les es posible discriminar los roles esposo-esposa de los de madre-padre, en síntesis, el campo de litigio parece no reducirse y en este caso, si la “guerra” se eterniza, también sucede lo mismo con el sufrimiento para el grupo y en especial para los hijos, por su mayor vulnerabilidad. Los niños, concluyen, no deben ser colocados por los adultos en situaciones de tener que elegir ni perder a ninguno de sus padres en el conflicto de la pareja.
Según Haynes y Haynes (1997) existen premisas clave en la práctica de la mediación productiva y en especial en los conflictos de divorcio, aspecto en el que se han especializado. Describen varios elementos a considerar en el proceso y sobre los que se debe prestar especial atención.
Lo primero que destacan es que el conflicto es sano, pero el conflicto no resuelto es peligroso. Luego aseveran que el conflicto que surge por cuestiones específicas se puede resolver por mediación, pero el que obedece a razones de conducta se resuelve con terapia. Consideran que casi todas las personas desean llegar a un acuerdo ya que el conflicto interpersonal prolongado es desgastante, costoso y doloroso para los participantes. Destacan que es más probable una negociación exitosa cuando las partes en disputa necesitan mantener una relación a futuro. El resultado –aseguran- es responsabilidad de las partes. Pero el proceso es responsabilidad del mediador. Están convencidos que toda persona tiene un don interior, un atributo que les permitirá al aflorar en medio de las más ríspidas disputas, encontrar espacios de acuerdo. Y finalmente concluyen que la acción del mediador es siempre coyuntural, es decir, se irá desarrollando según la situación y su devenir.
El proceso de resolución de un conflicto fortalece la relación y hace posible manejar y superar significativos acontecimientos externos negativos.
Para Haynes y Haynes (1997) cuando surge la crisis del divorcio, el conflicto social se convierte en uno legal y algunas cuestiones prácticas requieren negociación. De esta manera los esposos avanzan de la disputa por motivos de conducta no resuelta al conflicto por cuestiones o problemas específicos (por ejemplo la división de bienes). Un riesgo que señalan es que el mediador pueda confundir aspectos de conducta con cuestiones específicas y actúe erróneamente como terapeuta en lugar de ocupar el rol que le corresponde.
Los conflictos por recursos según Haynes y Haynes (1997), se resuelven más fácilmente que los conflictos por valores. Un recurso se puede dividir en partes, un valor no es susceptible de una partición tan objetiva. Los autores ponen como ejemplo, que se puede dividir un dólar entre dos personas según 199 posibilidades diferentes. Lo que deja en claro la creatividad que la disputa sobre los recursos activa.
En el caso de los valores, cuando dos diferentes entran en conflicto en una pareja, la resolución generalmente ocurre luego de la capitulación de una de las partes en relación a la otra.
La comunicación y las reglas que acompañan su desarrollo deben ser vigiladas por los mediadores ya que constituyen un aspecto básico del proceso de mediación. Cuando las partes se hablan, afirman Haynes y Haynes (1997), el receptor a menudo escucha un mensaje distinto que el que el emisor cree que envió. Estas diferencias llevan al conflicto o lo potencian.
La visión que se tiene de la vida es otro de los elementos de peso que destacan. Las premisas básicas en base a las cuales opera la gente y que afectan la mayor parte de su conducta. Aspectos relacionados con la crianza familiar, las creencias particulares y cosas por el estilo serían ejemplos nítidos de este particular.
El tercer componente de peso serían los conflictos internos. Estas serían las conductas disfuncionales específicas como la desesperanza aprendida, el descontento permanente o la ansiedad por agradar por citar algunos ejemplos. Estas conductas afectan la asignación de recursos en la relación y pueden promover o desarrollar conflictos.
Según los autores la mediación no es arbitraje. Las partes no han venido a que el mediador les diga qué hacer. La mediación es un terreno en el que las partes en disputa pueden acordar con sus propios términos.
Según Haynes (1981) citado en Haynes y Haynes (1997), se puede decir que una mediación de divorcio ha sido exitosa cuando:

1. Ha habido un pleno conocimiento de todos los datos relevantes
2. El resultado es esencialmente equitativo y está diseñado para responder a las necesidades conjuntas de las partes y las necesidades individuales de cada participante.
3. No hay víctimas como resultado del acuerdo.
4. Los canales de comunicación entre las partes están abiertos y son directos.
5. Las partes tienen el poder de tomar decisiones y en la mediación se los ha capacitado para continuar en el futuro con el proceso de toma de decisiones.

Los autores mencionan también la importancia de los manejos del tiempo y de la oportunidad en que se avanza con la mediación. Si se deja entrever una solución de compromiso tan pronto como el mediador la ve, la pareja la rechazará, porque cada parte pensará que aun puede conseguir algo mejor. Más adelante en el proceso, luego de que las partes se transmitan sus posiciones y argumentos y cada una vea la firmeza que muestra la otra en relación a determinadas cuestiones, las ideas alternativas empiezan a aparecer más atractivas, contrastadas con lo que cada uno sabe respecto de la posición del otro.

Desarrollo
La mediación en los casos de separación matrimonial configura un proceso complejo en el cual las reglas del arte de la negociación efectiva deben ser acompañadas por un acabado conocimiento de la realidad psíquica de quienes exhiben sus controversias.
Los tiempos de un proceso de mediación no se corresponden con los tiempos de la psiquis humana y las razones de la disputa, tanto las latentes como las manifiestas, no comienzan en ese momento ni concluyen cuando se llega finalmente a un acuerdo de partes. Aunque si pudieran así insinuarlo los elementos sustitutivos que fueren traídos como acuerdo al final de la contienda por los esposos.
En toda disputa por disolución de matrimonio, convergen por lo menos dos historias, pero posiblemente sean muchas más las que estén asociadas al proceso. Estas dos historias en realidad, se materializan en forma de versiones de los hechos que cada una de las partes ofrece sobre los elementos conflictivos. Así es que de los objetos a repartir (algunas veces incluso sujetos objetivados como es en el caso de los niños devenidos en trofeos de guerra) se mantienen distintas fantasías de potestad y se promueven reclamos y rencores respecto de su propiedad. De su control o de su disposición a futuro.
Quienes ingresan en un proceso de mediación entonces, lo hacen desde una determinada posición y esta posición no es un punto en el espacio o un momento en el tiempo, es tan solo un supuesto, una versión que además es desmentida o negada en todo o en parte por la otra parte. Y ese es el motivo, en general, por el cual se debe mediar, para allanar este camino de desencuentros y tratar de encontrar una versión que sintetice, contenga, amplíe y mejore las originales. Y así como aquellas traídas a la negociación por los cónyuges se nutrían de muchos argumentos sesgados de la subjetividad propia de cada uno de ellos, la versión elaborada en conjunto deberá alojar los deseos iniciales de cada uno pero adecuados desde una perspectiva restrictiva hacia otra constructiva.
Los autores en general hablan de los intereses de las partes que están en el proceso de mediación, pero en cuestiones vinculadas a separaciones consideramos más oportuna la referencia a los deseos, que a los intereses. Porque son los deseos los que motorizan la acción y en todo caso los que están ocultos detrás, incluso, de los intereses en la disputa por posesiones materiales.
Cuando una persona forma una pareja, consolida en la acción concreta una expectativa que tenía en el plano de la fantasía. Y esta fantasía no surge de la nada sino que se va integrando desde sus primeros y más estrechos vínculos para luego completarse según la cultura de la que es originaria. Las creencias sobre la familia, sobre lo que ella significa, que cada uno de los cónyuges tiene y trae a la unión, la fue tomando de los ejemplos que vio, de la interpretación que realizó de eso que veía y de la valoración que la sociedad tiene sobre el particular, de la representación social que la familia y la pareja tienen en su medio. No es esperable que tenga la misma expectativa respecto de su vida matrimonial un habitante de un barrio en Izmir o de Shanghái que alguien criado en Monte Grande. De la misma manera, es probable que no concuerden en muchas de las expectativas aquellos cuyos abuelos vinieron de Escocia con quienes han sido inmigrantes de Italia. O por ejemplo, quien se crió sin el padre o en una familia con 6 hermanos. Cualquiera o varios de estos elementos agrega variabilidad al modelo fantaseado por cada uno y luego esta imagen ideal e idealizada cobra vida en la acción de cada día de la vida conyugal.
No todos los vínculos se consolidan desde la misma perspectiva. No es lo mismo la mediación en un divorcio de una pareja que se unió fruto de su amor, que de una que lo hizo por la presión de una situación particular o por requerimientos específicos de mantener cierta tradición familiar, por ejemplo. Y todos estos elementos tienen mucho que ver en la configuración del deseo. Tanto al momento de consolidar el vínculo como al tiempo de su disolución. Con esto queremos decir que hay deseos que son propios, o al menos son presentados como propios, pero que en realidad responden a mandatos familiares de los cuales el sujeto en cuestión no puede prescindir. Consciente o inconscientemente, irá mostrando aspectos de esta posición del deseo durante la contienda.
Esta consideración respecto de la propia idiosincrasia de cada uno de los contendientes resulta indispensable para quien debe escucharlos e intentar que se escuchen entre si. La comprensión de este proceso psicosocial en el que está inmerso cada uno de los participes de la situación litigiosa es inescindible a la percepción que de sus reclamos se pueda vislumbrar. Sería difícil para un mediador acercar la escucha entre la partes sin previamente, haber acercado su escucha a cada parte. Y esa escucha será más fértil cuando más aproximada se encuentre de las condiciones originales en las que las diferencias aparecieron en la vida psíquica de los contendientes. Solo a partir de una adecuada representación de los deseos de uno y de otro, se podrá aspirar a una representación compartida en un reordenamiento novedoso de valores y recursos.
Este será el objetivo del mediador entonces, más allá de que se plasme formalmente en un acuerdo y sus consecuencias sobre el futuro. El nudo Gordiano será desatado cuando una representación relativamente compartida de la nueva realidad de ambos cónyuges reemplace a las representaciones originales traídas a la disputa.
En los conflictos de divorcio un escollo severo es el enmascaramiento que una de las partes puede hacer, consciente o inconscientemente, de su deseo de mantener el status quo de la relación matrimonial. No siempre serán ambos cónyuges quienes desean la separación y de ser así incluso, no siempre pueden desear separarse por el mismo motivo. Encontrarse con la resistencia de uno de los cónyuges a la rotura de esa unión de pareja no solo no es algo raro sino que suele ser frecuente. A priori se puede suponer que es una situación emocional la que deja atado a uno de los miembros de la pareja en la relación sin permitir que pueda despegar de esa situación. Pero no siempre es este el motivo. Factores sociales, de temor a la evaluación familiar, a la presión social, al que dirán, pueden ser tan o más influyentes que los afectivos relativos al vínculo. Identificar las verdaderas razones por las cuales uno de los cónyuges resiste la separación es una tarea también indispensable si lo que se pretende es trabajar con nuevas representaciones merced de los cambios acontecidos.
Si no se comprenden con claridad que cosas impulsan unos y otros reclamos, será seguramente muy difícil poder construir nuevos escenarios en los que las partes compartan alternativas viables para ambos.
Muchos de estos elementos componen el bagaje con el que los contendientes comienzan una variante de la negociación conocida como la mediación. Sea que la disputa tenga su acento en la división de los recursos o en la controversia por los valores (por ejemplo respecto de cómo seguir educando a los hijos) el mediador deberá colaborar a que en los aspectos en desacuerdo encuentren la diagonal, el camino más parecido posible a la satisfacción de ambos cónyuges. Y esta tarea es mejor que la lleve a cabo un profesional de la mediación, si bien es una profesión en la que no alcanza la formación en una técnica o una táctica. Para ser un mediador efectivo para quienes mantienen disputas se debe conocer la técnica pero también poseer las dotes que requiere el arte. No se es mediador tan solo por haber sido entrenado para ello, si bien es muy difícil serlo sin entrenamiento.
Un mediador antes que cualquier otra cosa es un individuo que posee una enorme capacidad de escucha. Esto significa ni más ni menos que es una persona que no interrumpe, que nunca esta pensando que dirá luego como respuesta mientras le están hablando y que no da por sentado mientras aun está oyendo, que es lo que el otro va a decirle. Las personas que escuchan a los otros observan estas tres conductas como base fundamental de su capacidad de escucha. Y además exploran en el mundo del otro para ver desde donde dicen lo que dicen y que dicen cuando dicen tal o cual cosa. Intentan evitar contaminar las palabras del otro, el sentido dado por este, con el cristal de su propia perspectiva. Y tratan permanentemente de esforzarse en escuchar al otro desde el otro y no desde si mismo. Una persona que escucha no puede autoreferenciarse respecto de lo que escucha y un mediador es lo que más debería evitar.
Quien esta en una situación de mediador ecualiza dos frecuencias de diferente origen simultáneamente. Por un lado escucha las palabras en su sentido literal y utiliza para su elaboración todo su potencial lingüístico. Pero paralelamente a esto, está escuchando el discurso de lo no dicho que está siempre detrás de lo dicho y es acá donde despliega su condición de mediador y esa capacidad que es más difícil de ser formada en un entrenamiento. Debe escuchar que dice en lo que dice, más allá de lo que dice su interlocutor. Y esta escucha es a la vez comprometida y desapasionada. Una combinación de por si compleja, si es que las hay en el campo de las conductas humanas. No podrá conocer ni los deseos ni los intereses por otro camino que no sea su propia capacidad de escuchar y comprender que es lo que está escuchando. Y decimos esto atentos a la historia psicosocial de cada individuo anteriormente mencionada.
No se podrá constituir la bisagra que articule deseos e intereses de las partes si no se sabe cuales son estos realmente. Y para esto lo primero que debe saber es que no son, en general, los que las personas que están en el conflicto manifiestan o al menos, que no se elencan tal como ellos los han elencado.
El mediador no es un juez y no le interesa que motivos puede una persona tener para disfrazar sus demandas, sea que lo haga consciente o inconscientemente. Lo que le interesa al mediador, para servir mejor a ambos contendientes, es descifrar este enmascaramiento para poner luz sobre aspectos controversiales más seguros. De lo contrario cualquier acuerdo será efímero ya que lo que se encontraba en disputa, no habría sido dirimido ni acordado. Y regresará, como todo lo reprimido que regresa a la consciencia, con más fuerza.
Además de su capacidad de escucha, un mediador debe exhibir cualidades para las relaciones interpersonales, debe ser alguien que se adapta a distintos entornos sociales y tipos de personalidad y que despierta un halo de confiabilidad en los clientes. Si no se le concede al mediador, desde la percepción de los contendientes, el talento y la capacidad para llevar adelante la situación, será muy difícil que esto finalmente suceda. Y tal vez estos atributos no son fácilmente desarrollables con el entrenamiento. La capacidad de obtener un buen rapport de parte de los demás es algo que se puede trabajar y mejorar pero que requiere de ciertas características de la personalidad que son relativamente estables y no fácilmente modificables.
La actitud hacia la mediación es también un componente esencial pero en este caso hay mucho más camino para recorrer en la formación profesional del mediador. La formación en la técnica de la negociación efectiva es la columna vertebral de los conocimientos requeridos a todo mediador. La detección de los nichos de valor y la construcción de nuevos escenarios donde se plasmen reconfigurados los deseos y los intereses de los contendientes, el desafío principal del mediador. Las herramientas para lograrlo serán la disciplina en el mantenimiento de la equidistancia respecto de los contendientes y la creatividad para encontrar caminos alternativos en aquellos lugares donde solo se visualiza el abismo.
La mediación es una alternativa y a la vez, una oportunidad que tienen quienes mantienen algún enfrentamiento para poder dirimirlo según su propio consenso y no bajo el arbitrio de un tercero, que podría ser un juez. Entonces es posible y será oportuno mediar en aquellas circunstancias en las que un fallo arbitral no pueda ser vislumbrado a su favor con cierta certeza por alguna de las partes. Si no existe relativo equilibrio de poder sobre los objetos en disputa, no es fácil que la misma se dirima en el ámbito de la mediación. Si bien hay casos en que puede ser así, no es la norma por lo general.
No todas las mediaciones son exitosas en llegar a un acuerdo. Muchas veces el contenido material de la contienda (intereses, expresados en disputas sobre recursos o valores) o las significaciones latentes presentes en los contendientes (deseos, representados en una satisfacción simbólica no develada a la consciencia) alcanzan una magnitud diferencial de tanta envergadura que abre una brecha difícil de reparar. Y si uno no quiere, dos no pueden. Incluso muchas veces alguno de los contendientes acude a la mediación como una simple manifestación objetiva de buena voluntad, que luego en otra instancia exhibirá como antecedente a su favor, pero con una decisión firme y anticipada de no encontrar acuerdos por esta vía.
Una mediación se puede desarrollar a lo largo de un encuentro o de múltiples reuniones. La duración dependerá de factores vinculados con la gravedad de la disputa y la variedad de los intereses en juego. Y este proceso, de por sí, se realimenta entre uno y otro encuentro con ingredientes que son traídos a la escena por los contendientes aunque, algunas veces, también por la influencia de la injerencia de actores externos que pueden afectar el proceso. Lo que una persona acordó en una reunión o está por acordar puede variar luego de una interrupción. La mediación es un proceso vital. Y por lo tanto, muy dinámico. Y la observación y vigilancia de los vaivenes de esta dinámica es responsabilidad del mediador.
El mediador tiene como objetivo la construcción de valor. Tomar las diferencias traídas a la mediación por los cónyuges y a partir del desentramado de deseos e intereses facilitar que estos puedan encontrar nuevos caminos y sentidos a sus reclamos. Esta tarea compleja se sustenta en el conocimiento de lo que a cada una de las partes fundamentalmente moviliza y de cuales son de todas sus expectativas, aquellas más relevantes. Sobre esta composición realizada sobre las cuestiones requeridas por ambas partes, el mediador está en mejores condiciones para visualizar aquellos elementos que se muestran conflictivos cuando podrían no ser tanto y también, los que están obstruyendo la relación ocultos o enmascarados bajo otra figura. Muchas veces puede suceder que dos cónyuges estén convencidos de que están lidiando por determinado objeto cuando en realidad la parte del mismo que es interés de cada uno no coincide con la requerida por el otro y su división puede realizarse sin alterar o afectar los intereses del otro. Un mediador por tanto, deberá determinar antes de llevar a los contendientes a la enunciación de acuerdos, cuales son los aspectos de la disputa más sencillos de superar y los escollos más duros por la indivisibilidad que presentan o por la importancia que los sujetos dan a determinada cuestión. En el caso de las disputas por valores esto se incrementa.
La herramienta con que cuenta el mediador para servir a este fin es la creatividad con la que puede encontrar nuevas relaciones que son las que, en definitiva, permitirán la apertura de nuevos canales de entendimiento. Y entendemos por creatividad a los efectos de este trabajo y en el contexto de la mediación, a la destreza para interpretar fielmente los deseos e intereses de las partes, a la habilidad para poder transmitir de una manera más efectiva a cada parte los verdaderos intereses y deseos del otro, y finalmente a la capacidad para estimular en los adversarios la generación de alternativas en las que la resultante sea mayor a la suma aritmética de sus componentes. Es decir, vislumbrar nuevos escenarios atractivos para todos y ponerlos en funcionamiento mediante acuerdos. Pero las propuestas y los acuerdos deben ser provistos por los cónyuges para que sean legítimos. El mediador es el fogonero, con su técnica y su aptitud, de la energía utilizada durante el proceso.
Un buen mediador logra la formulación, por parte de los contendientes, de acuerdos que perduran en el tiempo. Si los acuerdos celebrados no son estables, las premisas sobre las que fueron construidos fueron ocasionales y no representan finalmente opciones válidas para la solución del conflicto.
Y también es un buen mediador quien pasado cierto período y a la luz de que un acuerdo de partes, al menos en esa instancia, sería muy difícil de alcanzar, resigna el proceso y lo termina con el fin de no agravar más un conflicto que de por sí ya acumula demasiada tensión.
La mediación es un proceso que integra las voluntades encontradas de los contendientes con los buenos oficios de un profesional dispuesto a reconvertir las energías insumidas en litigar en acciones productivas para todos.
Y es en esa aspiración transformadora donde reside su arte.

Comentarios finales
A lo largo del trabajo se han mencionado las propuestas de diferentes autores respecto del proceso de mediación en general y de la mediación en los divorcios en particular. Algunas de las condiciones habituales que suelen ocupar el estado anímico de los cónyuges en situación de separación también han sido abordadas, tan solo a modo de ejemplo.
Los antecedentes expuestos fueron la base conceptual desde la cual se abordó el problema. Que cosa es el proceso de mediación y quienes son los contendientes. Que traen a la disputa y como es que esto aparece sobre la superficie del conflicto.
Entendemos que el de mediador es un oficio con precisas reglas del arte. Un oficio para mediadores y antes de mediar en controversia alguna cada profesional debe conocer muy bien su potencial al respecto.
Existen aspectos comunes a la mayoría de las mediaciones pero no hay dos mediaciones idénticas y tal vez, ni siquiera parecidas. Inferir la similitud de un caso con otro puede hacer caer al mediador en una trampa. La experiencia de un mediador no se mide por el cúmulo de casos sino por la variedad de los casos en los que medió. Es como si fuese una pared construida con ladrillos que son todos absolutamente diferentes pero que en definitiva, la sostienen y terminan configurando un bloque.
Tampoco existe el prototipo del mediador. No hay dos mediadores iguales. Porque pueden coincidir en la técnica e incluso en la estrategia pero cada uno será distinguido por su particular estilo. Lo que sin embargo ninguno de ellos podrá eludir de compartir, si aspiran a brindar un buen servicio al cliente, son sus convicciones respecto del rol.
El mediador es un recurso para los litigantes y no estos un recurso para el mediador. Si esta ecuación se invierte, el resultado de la mediación será tan efímero que terminará siendo contraproducente para las partes.
La práctica de la mediación mejora la vida de los seres humanos, aumenta la productividad de la Sociedad y evita conflictos mayores.
Los mediadores son constructores de puentes cuya alquimia concede al agua la virtud de poder mezclarse con el aceite para transformarse en oro.


Referencias Bibliográficas


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