miércoles, 22 de agosto de 2007

Infancia, el pasado del futuro

Introducción
A través de la historia de la humanidad, la infancia ha tenido una consideración relativamente diferente en la representación social de los miembros en los diferentes grupos, comunidades y sociedades. Incluso durante muchísimo tiempo en la evolución de la especie –concretamente en el inicio- es probable que sólo haya tenido el sentido de protección de la cría que garantizase la reproducción y perpetuación de la especie humana.
El de infancia es entonces un concepto flexible en su contenido y como todo constructo, más ligado a la concepción de quien lo define que al objeto de estudio. Algunos autores han intentado la reconstrucción del significado dado a este período de la vida a través de la historia y en diferentes culturas. Pero la imposibilidad de realizar cortes longitudinales debido a la escasez de datos precisos es significativa en este tema en particular. No se conoce demasiado de la infancia a lo largo de la historia de la humanidad y las reconstrucciones más aproximadas que se han intentado, responden muchas veces a inferencias más que a datos concretos. Una buena parte de la documentación realizada proviene de documentos que reflejan la vida de personas de clases más beneficiadas económica o socialmente y algunas veces las interpretaciones parecen forzadas o acomodadas según la idea del autor que las analiza. Y tal vez también porque a menudo se ha dado vuelta la cara a la infancia como objeto de estudio, o no se la ha considerado como un período trascendente de la vida con un brazo de palanca determinante respecto del futuro de la humanidad.
Desde el fin de la segunda guerra mundial –merced en parte del avance tecnológico- estamos asistiendo a una transformación constante de parámetros culturales que impactan significativamente sobre la infancia. Los cambios sociales experimentados por una buena parte del mundo contemporáneo –e incluso la globalización- son también elementos que aportan a la configuración de un estadio de la vida que está en constante transformación. Un estadio cuyo núcleo mismo es la evolución permanente de quien lo atraviesa en busca de su propia topografía.
¿Estará aun la infancia atravesando su propia infancia como objeto de estudio de disciplinas como la psicología, sociología y antropología o ya habrá superado esta etapa?

Problema
La expectativa de este trabajo es describir algunas características de la infancia considerando significaciones históricas y significados actuales y potenciales del constructo.

Marco teórico
La etimología latina infans alude a la falta: la palabra está compuesta del prefijo privativo in y el verbo fari, hablar, de modo que, literalmente, infantia significa ausencia de habla. El diccionario de la Real Academia Española define a la infancia como: Período de la vida humana desde que se nace hasta la pubertad. Según este significado se podría suponer entonces que la infancia no es más que un período de tiempo en la vida de un sujeto. El diccionario le confiere al término una dimensión temporal. Y además refiere a una duración mayor que lo que la propia etimología del término –en condiciones normales- define.
Según deMause (1994), la historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos comenzado a despertar hace muy poco. Agrega que cuanto más se retrocede en el pasado, más bajo es el nivel de puericultura y más expuestos han estado los niños a la muerte violenta, el abandono, los golpes, el terror y los abusos sexuales.
Para Delgado Criado (2000), en la antigüedad los asesinatos infantiles no eran infrecuentes y podían tener diferentes motivaciones, por ejemplo, para protegerse los adultos de las amenazas que los oráculos profetizaban, encarnadas en niños que supuestamente irían a asesinar al rey, o la autoridad en cuestión. Cita como ejemplos la matanza de niños judíos por parte del faraón en tiempos de Moisés, o más tarde la matanza de inocentes por parte de Herodes. También pone sobre la superficie los sacrificios rituales que existían y aun persisten y que para los cuales se utilizan menores. En la antigüedad, satisfacer a los dioses con sacrificios humanos, muchas veces infantiles, no era un hecho excepcional, ni circunscrito a la Mesopotamia o el Antiguo Egipto. Era un ritual, una práctica litúrgica frecuente, que llegó también a la Grecia clásica. Y que se practicó en distintas culturas de otros continentes. Los Incas en su etapa precolombina solían sacrificar menores, en especial niñas, como ofrenda a sus dioses. No es una práctica erradicada completamente en la actualidad.
Para deMause (1994) los impulsos filicidas están muy generalizados entre las madres contemporáneas y en las madres psicoanalizadas son comunes las fantasías relativas a puñaladas, mutilaciones, malos tratos, decapitación y estrangulamiento. El autor sospecha que cuanto más se retrocede en la historia más numerosas son las manifestaciones de impulsos filicidas por parte de los padres. La historia del infanticidio en Occidente –señala- está aun por escribirse, pero se sabe ya lo suficiente para afirmar que contrariamente a lo supuesto no es solo un problema de Oriente. El infanticidio de hijos legítimos e ilegítimos se practicaba normalmente en la antigüedad y el de los hijos legítimos se redujo a partir de la Edad Media. Pero el de los hijos ilegítimos continuó hasta bien entrado el Siglo XIX.
En el pasado el infanticidio era un hecho cotidiano y aceptado. Los niños eran arrojados a los ríos, echados en muladares y zanjas, envasados en vasijas para que se murieran de hambre y abandonados en cerros y caminos para permitir que fuesen presas para las aves y alimento para los animales salvajes (deMause, 1994). Y agrega el autor que hasta el Siglo IV ni la ley ni la opinión pública veían nada de malo en el infanticidio. Y los filósofos tampoco. Sostiene que el infanticidio era probablemente un hecho cotidiano desde la prehistoria. Especialmente en el caso de las niñas. Los restos fósiles hallados siempre han evidenciado la predominancia del género masculino por sobre el femenino y no solamente en Occidente.
Según Delgado Criado (2000) refiere a los abandonos de bebes y niños señalando que una de las causas más frecuentes en el pasado y en la actualidad, han sido y son los motivos económicos. Y que con el abandono se lo condenaba al niño, la mayoría de las veces, a una vida de privaciones y escasa en posibilidades.
La forma de abandono más extremada y más antigua es la venta directa de los niños. La venta de niños era legal en la época babilónica y posiblemente fue normal en muchas naciones en la Antigüedad (deMause, 1994). Agrega que otra forma de abandono era utilizar a los niños como rehenes políticos y como prenda por deudas, práctica que se remonta también a la época babilónica. Muchas veces era difícil distinguir la costumbre de enviar a los hijos a servir como pajes o criados en las casas de otros nobles de la utilización de los hijos como rehenes. Además de las prácticas de abandono institucionalizadas la simple entrega de los hijos a otras personas era bastante frecuente hasta el Siglo XIX.
Respecto del maltrato corporal, se ha hecho uso de innumerables ataques a los niños entre los que se destaca la mortificación del cuerpo y muchas han sido las creencias o costumbres insólitas, sobre todo relacionadas con las niñas, que en diversas culturas han mortificado la vida de generaciones de menores (Delgado Criado, 2000). Por ejemplo –señala el autor- la costumbre de comprimir los pies de las niñas en China. Impulsados por la ignorancia, el afán de sometimiento o los particulares ideales estéticos a lo largo de la historia se ha torturado a millones de menores. Señala como ejemplos el estiramiento del cuello de las niñas de alguna tribu africana, o la costumbre de comprimir la frente de los recién nacidos en algunas culturas precolombinas.
Según deMause (1994) la costumbre de aterrorizar a los niños con figuras enmascaradas o apelando a historias de personajes siniestros –en ocasiones religiosos- cuando simplemente lloraban, querían comer o querían jugar, indicaría la magnitud de la proyección y la necesidad de controlarla por parte del adulto. Supone además, que en la actualidad esto sólo está presente en personas con alto grado de psicosis. El autor refiere que ciertamente no era la capacidad de amar la que faltaba al padre de otras épocas, sino más bien la inmadurez afectiva necesaria para ver al niño como una persona distinta de si mismo. Y agrega que es difícil calcular la proporción de padres que alcanzan hoy con cierta coherencia el nivel empático.
Entre los instrumentos de castigo figuraban látigos de todas clases, incluidos los de nueve ramales, palas, bastones, varas de hierro y de madera, haces de varillas, disciplinas e instrumentos escolares especiales, como una palmera que terminaba en forma de pera y tenía un agujero redondo para levantar ampollas. De la frecuencia comparativa de su uso da una idea las categorías del maestro de escuela alemán que calculaba que había dado 911.527 golpes con el garrote, 124.000 latigazos, 136.715 bofetadas y 1.115.800 cachetadas (deMause, 1994). Añade el autor que siglo tras siglo los niños zurrados crecían y a la vez zurraban a sus hijos. La protesta pública era rara. Incluso humanistas y maestros que tenían fama de ser muy bondadosos como Petrarca, Ascham, Comenio y Pestalozzi, aprobaban el castigo corporal de los niños. A medida que empezaron a disminuir los azotes fue preciso buscar sustitutivos. Por ejemplo encerrar a los niños en lugares oscuros fue una práctica muy generalizada en los siglos XVIII y XIX.
La creencia de que los niños estaban a punto de convertirse en seres absolutamente malvados es una de las razones por las que se les ataba o se les fajaba bien apretados y durante mucho tiempo (deMause, 1994). Dice también que se faja al niño por estar lleno de proyecciones peligrosas y perniciosas de los padres. Las razones dadas para justificar la envoltura en vendas o fajas en otras épocas –concluye- son las mismas que se dan hoy por quienes la practican en Europa Oriental: hay que sujetar a los niños porque si no se arrancarían las orejas, se sacarían los ojos, se romperían las piernas o se tocarían los genitales. La envoltura del niño en fajas y pañales era tan complicada que se tardaba hasta dos horas en vestirle.
Continuando con el maltrato a los menores, Delgado Criado (2000) pone especial atención en relación a la agresión al cuerpo infantil, por su difusión, antigüedad histórica y dolorosa y lamentable persistencia, la mutilación genital femenina, que al parecer se habría iniciado en Egipto hace unos 2.000 años. Las principales razones aducidas para la continuación de esta práctica, aun presente en el mundo, son la costumbre y la tradición. Los niños, por su parte, también han sufrido mutilaciones genitales: las castraciones. La han sufrido con distintos objetivos a lo largo de la historia: por ejemplo, para convertirlos más tarde en guardianes de confianza de los aposentos femeninos, o en cantores de voz atiplada en las cortes y los monasterios (una práctica, esta última, todavía vigente en Europa en el siglo XIX). O para convertirlos en objetos sexuales, como en la Roma imperial, en la que a pesar de algunas disposiciones en contra, no eran insólitas las castraciones (también se practicaba, en distintas culturas, la castración de adultos como castigo por algunos delitos, o a los prisioneros de guerra). Para deMause (1994) el niño de otras épocas estaba rodeado desde su nacimiento de una atmósfera de muerte y de medidas contra la muerte. Desde la Antigüedad, los exorcismos, purificaciones y amuletos mágicos se han considerado necesarios para ahuyentar a la multitud de fuerzas mortíferas que se suponía que acechaban al niño, y se le aplicaban a él y a lo que le rodeaba, agua fría, fuego, sangre, vino, sal y orina. El autor sostiene que los impulsos de mutilar, quemar, congelar, ahogar, sacudir y arrojar violentamente al niño eran frecuentes en otras épocas. Algunas veces- agrega- se practicaba el lanzamiento del niño fajado. Un hermano de Enrique IV murió porque lo dejaron caer cuando jugaban con él pasándolo de una ventana a la otra.
Según deMause (1994) había también una serie de costumbres en virtud de las cuales se sometía al niño a la cuasi congelación, desde el bautismo por inmersión en agua helada y el rodamiento por nieve hasta la práctica del baño consistente en sumergir al niño una y otra vez en agua helada, cabeza y todo con la boca abierta y sin aliento.
Con los abusos sexuales a menores y su prostitución forzada entramos en uno de los capítulos más siniestros de la historia de la humanidad. En la antigüedad se consideraba natural considerar a los menores como objetos sexuales, se encuentran muchos ejemplos al respecto en la Roma Imperial. Los testimonios de estos abusos en prácticamente todas las culturas son abrumadores: en la medida que no se les consideraba sujetos de derechos estaban fácilmente expuestos a ellos (Delgado Criado, 2000). Desgraciadamente, en la actualidad sigue siendo un tema vigente y de amplia difusión. Junto a los abusos cometidos en el ámbito familiar, en la mayoría de los casos ignorados y por lo tanto impunes (pero de efectos desbastadores para los menores que los padecen), hay que situar el turismo sexual y el tráfico de menores destinado a la prostitución. El autor destaca estos aspectos de maltrato en la historia de infancia a través de los distintos períodos por los que la humanidad ha atravesado.
En la antigüedad el niño vivía sus primeros años en un ambiente de manipulación sexual. En Grecia y Roma no era infrecuente que los jóvenes fueran utilizados como objetos sexuales por hombres mayores. La forma concreta variaba según las regiones y la época (deMause, 1994). Los datos que ofrecen la literatura y el arte, señala el autor, confirman el hecho de la utilización sexual de los niños más pequeños. Petronio gusta de describir a los adultos palpando el “pequeño instrumento inmaduro”. Según deMause (1994) se debe recordar que no es posible que se cometan abusos sexuales con los niños en forma generalizada sin la complicidad, por lo menos inconsciente, de los padres. En otras épocas los padres ejercían el control más absoluto sobre sus hijos y eran ellos los que tenían que acceder a entregarlos a quienes los ultrajaban.
Desde el renacimiento se comenzó a combatir la manipulación sexual de los niños. La campaña contra la utilización sexual continuó a lo largo del Siglo XVII, pero en el XVIII tomó un giro totalmente nuevo: castigar a los niños o niñas por tocarse los genitales. La masturbación comenzó a ser castigada y los médicos comenzaron a hacer correr la versión que daba origen a la locura, la ceguera y que causaba que en algunos casos además causaba la muerte (deMause, 1994). Médicos y padres aparecían a veces frente al niño con cuchillos y tijeras amenazándole de cortarle el miembro. Se prescribían moldes de yeso y jaulas con púas para evitarla.
La utilización sexual de los niños después del Siglo XVIII estuvo mucho más generalizada entre los criados y otros adultos y adolescentes que entre los padres, aunque teniendo en cuanta que eran muchos los padres que seguían dejando que sus hijos durmieran con los criados luego de haber sorprendido a otros criados anteriores abusando de ellos, es evidente que las condiciones para que esos abusos se dieran permanecían bajo el control de los padres (deMause, 1994).
Para deMause (1994) los efectos que producían en el niño los graves abusos físicos y sexuales eran enormes. Pero destaca dos: el psicológico y el físico. El primero es la enorme cantidad de alucinaciones y pesadillas sufridas por los niños según consta en las fuentes consultadas. El autor señala además que posiblemente muchos niños en el pasado sufrieron realmente un retraso físico como consecuencia de la falta de cuidado que sobre ellos se observaba.
Para deMause (1994) los niños siempre han cuidado de los adultos en forma muy concreta. Desde la época romana, niños y niñas servían a los padres a la mesa, y en la Edad Media todos los niños –excepto los de sangre real- actuaban de sirvientes, en sus hogares o en hogares ajenos siendo su prioridad servir a los adultos. Respecto del trabajo de los niños, recuerda que estos hacían gran parte de las faenas del mundo, mucho antes de que el trabajo infantil se convirtiera en un problema en el Siglo XIX, por lo general desde los cuatro o los cinco años.
El desplazamiento continuo entre proyección e inversión, entre el niño como demonio y como adulto produce una “doble imagen” a la que se debe gran parte del extraño carácter de la infancia en otras épocas (deMause, 1994). Sostiene deMause (1994) que en las fuentes hay muchos indicios de que a los niños, por regla general, no se les daba suficiente alimento. Los hijos de los pobres, por supuesto, pasaban hambre a menudo, pero incluso los de los ricos –sobre todo las niñas- se suponía que debían tomar pequeñas cantidades de comida o poca carne o ninguna.
Los niños han sido identificados siempre con sus excrementos; a los recién nacidos se los llamaba ecréme y la palabra latina mierda dio origen a la francesa merdeux, niño pequeño (deMause, 1994).
Desde otra perspectiva del análisis de la alimentación de los menores, Erikson (1993) sostiene que existiría cierta convergencia entre la oralidad del niño sioux y los ideales éticos de la tribu. El menciona la generosidad como una virtud de gran importancia exigida en la vida sioux. Y dice que una primera impresión sugiere que la exigencia cultural relativa a la generosidad recibía su impulso más temprano en el privilegio de disfrutar de la lactancia y en la seguridad que emanaba de una alimentación materna ilimitada. Los sioux, es necesario recordar, mamaban de cualquier teta en condiciones de alimentar con la sola restricción de no hacerlo de manera agresiva.
Según deMause (1994) es de suma importancia centrarse en los momentos que más influyen en la psique de la siguiente generación y esto sucede –destaca- cuando un adulto se halla ante un niño que necesita algo. Dice que el adulto dispones de tres reacciones;
1. Puede utilizar al niño como vehículo para la proyección de los contenidos de su propio inconsciente (reacción proyectiva).
2. Puede utilizar al niño como sustituto de una figura adulta importante en su propia infancia (reacción de inversión).
3. Puede experimentar empatía respecto de las necesidades del niño y actuar para satisfacerlas (reacción empática).
En la reacción proyectiva se descargan sentimientos en el otro. Se lo usa como recipiente. En la de inversión, se lo pone como padre del que se espera atención y si esta no aparece, puede se la causa del maltrato. Muchos padres pegadores aducen que sus hijos no los quieren. La tercera es la capacidad que tiene un adulto de situarse en la necesidad del niño e identificarla correctamente sin mezclar las proyecciones propias del adulto.
Dado que todavía hay personas que todavía matan, pegan y utilizan sexualmente a los niños, todo intento de periodizar las formas de crianza de los niños ha de empezar por admitir que la evolución psicogénica sigue distintos ritmos en distintas familias y que tal vez muchos padres parecieran haberse quedado detenidos en modelos históricos anteriores (deMause, 1994).
Según la teoría psicogenética, el supuesto tradicional de la mente como tabula rasa se invierte y es el mundo el que se considera como tabula rasa; cada generación nace en un mundo carente de sentido que solo adquiere significado si el niño asume un determinado tipo de crianza. Tan pronto como cambia para un número suficiente de niños el tipo de crianza, todos los libros y objetos del mundo quedan descartados por inútiles para los fines de la nueva generación y la sociedad empieza a moverse en direcciones imprevisibles (deMause, 1994).
Según Erikson (1993), pareciera que los sentimientos de la gente siempre han percibido los que los científicos han aprendido a conceptualizar hace muy poco, a saber, que pequeñas diferencias en la educación infantil son la significación perdurable y a veces fatales para diferenciar la imagen que un pueblo tiene del mundo, su sentido de la decencia y su sentimiento de identidad.
Afirma Rosbaco (2000) que las instituciones como la familia y la escuela, son consideradas como conjunto de subjetividades que se posicionan de acuerdo con las reglas de cada una, actúan como significantes sociales que imprimen marcas imborrables en la construcción de la subjetividad. Por el contrario, dice la autora que la marginalidad produce como efecto que el sujeto quede por fuera de las relaciones de producción y de la cadena de significantes culturales. Se profundiza la cadena de empobrecimiento yoico y el sentimiento de impotencia que le hacen creer al sujeto que él es incapaz de transformar una situación de opresión.
El 20 de noviembre de 1959 las Naciones Unidas proclamaron la Declaración de los Derechos del Niño. Dice entre otras cosas que el niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad. El niño tendrá derecho a disfrutar de alimentación, vivienda, recreo y servicios médicos adecuados. El niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión. El niño tiene derecho a recibir educación, que será gratuita y obligatoria por lo menos en las etapas elementales. Se le dará una educación que favorezca su cultura general y le permita, en condiciones de igualdad de oportunidades, desarrollar sus aptitudes y su juicio individual, su sentido de responsabilidad moral y social, y llegar a ser un miembro útil de la sociedad. El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No será objeto de ningún tipo de trata. No deberá permitirse al niño trabajar antes de una edad mínima adecuada.
Casi 40 años después de esta declaración, Naciones Unidas en su Resolución de la Comisión de Derechos Humanos 1996/85 admite estar profundamente preocupada porque en muchas partes del mundo la situación de los niños sigue siendo crítica a causa de las condiciones sociales y económicas inadecuadas, los desastres naturales, los conflictos armados, el desplazamiento, la explotación económica y sexual, el analfabetismo, el hambre, la intolerancia y la discapacidad. Y más aun se reconoce profundamente preocupada por la persistencia de las prácticas de venta de niños y la existencia de mercados para ello, la prostitución infantil, la utilización de niños en la pornografía y las adopciones fraudulentas que se registran en muchas partes del mundo, así como por los constantes informes acerca de niños que participan en delitos graves, como el uso indebido de drogas, los actos de violencia y la prostitución y, a este respecto, consciente de que los niños de la calle son especialmente vulnerables a estos fenómenos. Además se declara preocupada por la explotación del trabajo infantil y por el hecho de que esta práctica priva desde una edad temprana a un gran número de niños de los beneficios de la educación básica, en especial las zonas asoladas por la pobreza, y puede poner en peligro injustificadamente su salud e incluso su vida. Y una vez más profundamente preocupada por el número cada vez mayor de niños de la calle en todo el mundo y por las sórdidas condiciones en que estos niños se ven obligados a vivir con frecuencia, así como por los asesinatos de estos niños y la violencia contra ellos.

Desarrollo
El marco teórico de referencia tan sólo refresca algunos conceptos elaborados respecto de la historia y la actualidad de la infancia. Pero, ¿de qué infancia? Pensar que se habla de lo mismo cuando se habla de la infancia en un pueblo costero de Europa en el Siglo XII o de un niño actual en Singapur pareciera un despropósito. La especie humana produce crías relativamente similares y más allá de las apariencias físicas, es difícil pensar que el hijo de un esquimal apartado del seno de su familia muy tempranamente y criado en Rio de Janeiro por padres brasileros, a los 15 años diferencie más de cien matices del color blanco como otro que permaneció en su hábitat o vaya a ser muy distinto al promedio de los jóvenes cariocas. Estas son las diferencias aportadas por el entorno. Sobre esto parecen advertirnos los autores citados, en especial deMause, Erikson y Rosbaco y sabemos que en esa línea hay infinidad de producción científica. Pero ya Kant mucho antes hablaba del imperativo categórico. Y Aristóteles se refería al bien como aquello que hace el hombre bueno. ¿Y quien es el hombre bueno? El que hace el bien. ¿Y como se aprende a hacer el bien? Plegándose sobre si mismo, decía el filósofo griego. Haciendo placentero y agradable aquello que en principio pudiera no gustar pero que era condición del bien, se llegaba al conocimiento y la práctica del bien. Si quisiéramos buscar un antecedente lejano los pensamientos de Watson y de Skinner, este sería un ejemplo interesante. ¿Es el niño un sujeto al que se observa y se considera por su presente o se lo trata según su proyección? ¿Es la infancia un lugar de paso, de inhabitabilidad? ¿O acaso es un lugar en el cual se desarrollan recursos pero además de eso durante su desarrollo el fin último es la actividad de la vida misma? La infancia tiene una representación de estadio previo a algo. A la adultez. La adultez tiene una representación estable, porque le sucede la muerte. Y la muerte no se representa en lo vital.
Entonces la adultez sería un período en el cual alcanzamos lo que seremos tanto si somos lo que hemos deseado o lo que alguien ha deseado por nosotros, una combinación de ambas circunstancias u otra cualquiera. Esto opera en el plano de la fantasía con una fuerza tan enorme que en el proceso de subjetivación del niño, se lo convierte en objeto. Se lo hace objeto del proyecto de alguien, de muchos, de una cultura, sin excluir los deseos de cada padre en su contexto histórico. El futuro guerrero, creyente o ciudadano, sea que haya sido educado en una sociedad tribal, por un cura o por el estado de una nación de Occidente en la modernidad parece compartir –de alguna manera- una estructura que cambia el color de las paredes y la decoración, pero mantiene intactas los cielorasos, columnas y aberturas. Pareciera que a través de la historia y en la actualidad la infancia –en diferencia con la adultez- en el imaginario desde ya, no es un lugar de residencia sino de paso. Es el pasado del futuro. ¿Y acaso la adultez no lo es también, o seremos eternamente adultos? ¿Entonces será que la infancia un día alcanzará la mayoría de edad y podrá desarrollarse según su propia naturaleza y no tan solo conforme al parámetro de servir a ese mismo sujeto en el futuro?
No existen estudios de la infancia realizados por niños. Si existen muchos en los que participan niños. Pero las conclusiones de cómo los niños son, siempre son establecidas por los no niños. Esto no quita mérito a la producción científica. ¿Le quitará acaso perspectiva? En el sentido de si habrá cierto patrón educativo en aquellos niños que devienen en investigadores. Si hay puntos de contacto en su socialización primaria y secundaria. Y como esto tiñe luego cada producción. ¿Hay una tabula rasa compartida –un mundo afín- según el desarrollo de deMause respecto del mundo como tal, en cada investigador? ¿Cuánto debe ser flexible la mente de un adulto para comprender la de un niño? La tercera condición de deMause, por cierto interesante como perspectiva, es tal vez la más compleja a la hora de su puesta en práctica.
La base empática de la que todo adulto debe estar dotado para la aproximación al niño no se sustenta solamente en si puede o no puede comprender la esfera cognitiva y emocional del pequeño, sino que debe poner en práctica exitosamente la convicción y sensación de que el niño no puede comprender la estructura cognitiva ni afectiva del adulto. Al menos en los términos que un adulto la ha incorporado. Y esto en la vida cotidiana no es tan simple. Y las reacciones proyectivas y de inversión enunciadas por deMause brillan entonces, con todo su esplendor.
La historia de la infancia en los trabajos de innumerables autores ha ido en general sobre la convicción de que los niños fueron objeto de una educación temprana para asumir los roles definidos para su género. Se los preparaba desde niños para sus roles de adultos. Sea que fueran cazadores, pescadores o agricultores, los niños tenían una educación y las niñas otra diferente. Al menos los niños y las niñas a los que se les permitían vivir o sobrevivían al hambre y las epidemias.
El ángulo de visión de la mujer es 10º más amplio que el de los varones. La razón es que las mujeres debían atender muchos objetivos móviles a la vez – concretamente los niños- y en espacios reducidos. Cuidar de las crías para que la especie repitiese su objetivo vital era su misión. Los hombres -aun en la actualidad- tienen un sentido de la orientación, incluso aun utilizando mapas, más desarrollado que las mujeres. Esto se debe a que salían en largas travesías y de no saber como regresar, jamás retornarían a sus hogares. La tabula rasa mundo, como dice deMause dejó su impronta en el ADN de la especie. Y este podría ser un signo de acomodación adaptativa respecto de estímulos que de no haber sido comunes a la especie, no se hubieran desarrollado en todos los seres humanos tal como ha ocurrido. La modalidad de hacer las cosas –cultura- producto de la inteligencia (variante humana del proceso de adaptación de los seres vivos) que permite al Homo Sapiens simbolizar y planificar, repercute en la dotación orgánica corporal durante el desarrollo evolutivo de la especie. ¿Será entonces el medio social inocente a la hora de configurar el futuro patrón del temperamento de la humanidad? ¿Por qué suponer que la aplicación permanente de recetas que no han dado resultado a lo largo del tiempo alguna vez iluminará el punto de inflexión hacia una humanidad naturalmente más solidaria y menos agresiva con las nuevas generaciones? Quienes adhieren a la teoría evolutiva sostienen que las fuerzas evolutivas, sociales y culturales afectan los comportamientos, emociones y pensamientos humanos.
Erikson arriesga una hipótesis en la que sostiene que la generosidad de los Sioux se debía posiblemente a la disponibilidad de lactancia inagotable para cada uno de los niños de la tribu. Que esta aproximación al alimento que garantiza su alimentación sin restricciones genera una matriz conceptual y emocional en la cual la propiedad no es valorizada porque los recursos no serían escasos sino inagotables. El infiere que desde esta modalidad cultural de crianza se conforma un adulto con patrones particulares. Desde su período oral se instala este patrón en su estructura psíquica y deviene posteriormente en conductas concretas a la vez sostenidas por un sistema social que premia su ejecución.
Los estudios de la teoría evolutiva han concluido que la agresividad y la violencia son patrones estables de la mayoría de los seres humanos ya que en el pasado era casi imposible sobrevivir sin el uso de la fuerza. Entonces somos todos descendientes de aquellos que han tenido una determinada estirpe genética y por tanto un temperamento más violento y agresivo. Han sido en definitiva más fuertes y como tales se han impuesto sobre los otros. Este mensaje también está inscripto en el ADN de la especie, sin con esto pretender adherir en lo más mínimo al convencimiento de Lombroso, quien en pleno iluminismo sostenía que asesino se nace. Afirmar eso sería la negación del sujeto como ser social. Tal vez el médico italiano pecó de no disponer de la obra sobre el apego desarrollada por Bowlby, los escritos respecto del otro significante de Mead, y la producción de tantos autores. Hemos avanzado lo suficiente ya como para saber que las aves y los mamíferos requieren la asistencia del otro para la supervivencia y que en la base de todo comportamiento la usina que lo impulsa es la calidad del vínculo.
¿Pero acaso los Sioux no tienen el mismo patrón de ADN que los Hunos que fueran comandados por Atila? Si, es el mismo, no tienen diferencia alguna entre ellos. Y los Sioux han sido también una tribu guerrera. La sucesión de los caciques Siux se daba por dos motivos; sus antecedentes como guerrero y su generosidad. Pero tal vez un sesgo en esa tabla rasa del mundo formulada por deMause aparece en las reflexiones de Erikson. Y este hallazgo -si lo fuere- de Erikson reflejado en las reflexiones de deMause cobraría significativa importancia. Foucault afirmaba –interpretando a Nietzsche- que el conocimiento es como el centello que surge del choque entre dos espadas, proviene de las mismas pero no está compuesta por el acero de estas.
¿Cuál es la diferencia, más allá de lo formal, que existe entre aquel niño devenido súbitamente en guerrero, campesino, artesano o monje y este contemporáneo del Siglo XXI que viste a los seis o siete años atuendos copiados de la ropa de moda de los adultos? ¿Será que hemos logrado avanzar algo en términos de significados o el conocimiento tan sólo nos sirve para ser más eficientes en la repetición de lo que siempre hemos hecho? ¿La imagen idealizada de una fuerza superior representada en un trueno, nube, montaña o lo que sea que fuere acaso tenía mayor o menor entidad en la respuesta concreta de un individuo frente a su circunstancia que la que por estos tiempos ejerce la impronta de la figura central de cualquier culto monoteísta? ¿No será que cambiamos las representaciones para no cambiar nunca los contenidos? El mundo de deMause, esa tabula rasa que nos determina y que puede tener cualquier forma pareciera que por ahora tan solo ha cambiado de disfraz. Los contenidos siguen siendo los mismos, los nombres cambian y la sensación que todo ha cambiado sobreviene tal vez, con cierto margen de error.
La fotografía inicia con sus primeras imágenes a principios del Siglo XIX. Antes del año 1850 ya había tomas realizadas con cámaras oscuras y emulsiones químicas de sales de plata. Como toda la tecnología, avanzó lentamente en sus años iniciales y luego con un ritmo vertiginoso. El gran problema de los fotógrafos hogareños durante buena parte del siglo XX ha sido el extremo cuidado en no permitir la exposición a la luz de la película en cuestión ya que por el solo hecho de este contacto, todo lo allí previamente registrado se perdería. Y así ocurrió durante décadas con los famosos rollos de 35 mm. Un día, durante los años 80, un señor pensó algo curioso, aunque obvio. La película se vela porque el rollo inicia su recorrido desde la primera foto y sigue hasta la última dejando expuestas todas las tomas ya realizadas en caso de una eventual exposición a la luz del sol u otra de cierta intensidad. ¿Pero qué pasaría si primero desenrollo toda la película y saco las fotos de atrás hacia delante de manera que a medida que va impregnándose cada imagen en el negativo va protegiéndose dentro de su envase original al enrollarse? Simple, se terminaría para siempre con un riesgo que causo la infelicidad y frustración de miles de fotógrafos aficionados. Algo tan simple de ver luego de ser pensado por alguien, algo que cuando ocurrió todo fotógrafo pensó, pero que obvio, cómo no me di cuenta antes… requirió de varias décadas para tener su oportunidad en el conocimiento humano. Pongo este ejemplo tan simple de rigidez paradigmática pensando si acaso no nos encontramos como humanidad frente a un rollo que se nos vela una y otra vez. Y su resultado tal vez sea enviar adultos -en el mejor de los casos- a una incesante peregrinación por diversos tipos de consultorios.
Pareciera que deMause propone una aproximación con la opción de la actitud empática hacia los niños. Y también en su picogénesis y tabula rasa. Pero de su producción, si bien reconoce que hay aun casos de infanticidio, violación, maltrato, abuso y trabajo infantil, se podría inferir que sostiene que la sociedad moderna y la educación han sido un bálsamo a tanta penuria generalizada sufrida por los niños en épocas pasadas. Y los datos concretos de la realidad parecen ir en otro sentido. Si bien tal vez el pasado ha sido más duro estamos lejos del paraíso.
Hace ya casi 50 años las Naciones Unidas declararon los Derechos del Niño. Algo así como sacar la tierra que se hallaba escondida debajo de la alfombra. Como toda declaración habla de los niños en general, de los derechos de la infancia, de las medidas para evitar las situaciones anómalas según la concepción de quienes elaboraron tal declaración, y sobre todo, es un mensaje de esperanza y buena voluntad. Pero todos sabemos las diferencias que existen entre las declaraciones de principios y la realidad. La historia de la humanidad ha desarrollado en este sentido un doble discurso elocuente. Pero no doble en el sentido de que por un lado esta manifiesto y por otro, conlleva un mensaje latente. Hay un doble discurso y ambos son manifiestos. No sería raro encontrar a muchos de los firmantes castigando a sus hijos, manoseando a sus nietos o negando la posibilidad de estudiar con su comportamiento social a muchos de sus vecinos, por ejemplo. El Vaticano el año pasado debió reforzar financieramente la Diócesis de Boston para que no se declare en bancarrota debido a los juicios perdidos a mano de sus clérigos por abuso sexual de menores. No se observa otro paisaje a lo largo y lo ancho de la tierra que Templos suntuosos repletos de riqueza en su interior y niños mendigos suplicando una limosna frente a sus puertas. Niños enviados ahí por un adulto. Y este escenario no es característico de culto alguno, es un común denominador en los 5 continentes.
Pasadas casi cuatro décadas de aquella declaración, la mencionada organización internacional tuvo que salir con ímpetu a contener los abusos que sobre los menores lejos de cesar, se mantenían o incrementaban. Y tiene cientos de declaraciones y planes de acción puntuales sobre los países asiáticos, africanos y Latinoamérica.
En los Estados Unidos, la economía más poderosa del planeta con el 25% del producto bruto global y tan sólo el 5% de la población del mundo, los datos respecto de los niños no son alentadores. El 7% de los niños viven debajo del nivel de pobreza. En la década de los 60 el 6% de los niños tenían sobrepeso. En un estudio realizado en 2004 y 2005 esta cifra subió al 18% de la población menor de 14 años. Solo el 89% de los niños tienen seguro de salud actualmente y en el 2004 el porcentaje era 90. El 11% de los niños del último año de la escuela primaria han reportado beber alcohol en exceso. El 9% de los niños son asmáticos. Sólo el 80% de los niños reciben las vacunas adecuadas. ¿Qué se puede esperar entonces para una buena parte del resto del planeta sino condiciones mucho más desfavorables? Según el Alan Guttmacher Institute la tasa de abortos respecto de los nacimientos es del 38% en los Estados Unidos y supera el 45% en el planeta. La mayoría de las madres que acuden a abortar no son niñas; ¿pero en cuanto influye la representación que de ese futuro niño y su crianza al momento de decidir abortar?
Los niños aprenden las primeras cosas –y muchas otras posteriormente- por imitación. Las ponen a prueba y ven si han desarrollado la capacidad. Escuchan una palabra que no conocen y tratan de ponerla en contexto, la repiten en alguna frase y si no son corregidos, la incorporan a su vocabulario con ese significado. Cuando comienzan a hablar mencionan en general bien los verbos irregulares, pero al comenzar a razonar sobre las reglas del lenguaje, comienzan con los errores. Lo que ellos habían incorporado no es lógico y lo cambian. No puede ser… yo quepo y dicen yo cabo. Porque –deducen- es yo grabo, yo lavo, etc. Pero luego son corregidos, comprenden las excepciones de las reglas y terminan hablando bien. Así es con muchos aprendizajes que los niños van incorporando. Los comportamientos de los padres son determinantes en el niño. De los padres o de quien esté cerca del niño. Si los seguimos golpeando, seguimos abusando de ellos, los seguimos maltratando y ejercemos sobre ellos la proyección inversa de la que deMause hace una interesante descripción en su libro, vamos sin duda a cerrar una y otra vez un círculo vicioso del que hasta ahora la humanidad no ha podido salir.
La estructura lingüística no distingue los pronombres para denominar objetos o seres vivientes. Mi hijo, mi maletín, mi auto o mi reloj van precedidos por el mismo significante. Y con lo que es mío hago lo que quiero. Pensar que un maletín, un auto o un reloj son del maletín, del auto o del reloj puede parecer sin sentido. ¿Pero será que mi hijo es mío o es de él? Pero si mi hijo es mío… ¿yo de quién soy? ¿Cuál será la carga que tiene esta modalidad lingüística en las relaciones parentales? ¿Tendrá alguna o será una simple casualidad?
En el pasado eran los padres los que permitían o no, muchas veces, que sus hijos fueran abusados, maltratados o dados para trabajar con patrones. Nada ha cambiado demasiado. Las madres con mejor poder adquisitivo o que trabajan, dejan a sus niños en manos de cuidadores de los cuales, desconocen muchas veces mucho más de lo que conocen. Otras con menores recursos los dejan solos, sin un soporte en aquello que el niño pudiera necesitar. Cuando aparecen los problemas en general, la responsabilidad es de cualquiera menos de los padres. Y si hay tal responsabilidad hay una justificación de peso que como ya describió con generosidad Festinger, produce la disonancia cognitiva que se requiere para la ocasión. O lo habla con el analista o la peluquera. Pero los fragmentos desparramados a su paso no sueldan con pegamentos. ¿O sí?
Los niños del pasado debían ser buenos cazadores, buenos artesanos o buenos en lo que la tradición de la familia abarcaba. La movilidad social era lenta y compleja. Ahora también lo es. Sólo que los niños la pueden acelerar. Claro que para eso deben transformarse en un Messi, en un Federer o hacer de payaso por unas monedas durante dos o tres semanas en la edición número cuatro mil de Gran Hermano. Tal vez por eso se los viste de adultos, para ver si alguien los contrata para algo. O para que no parezcan niños y se refuerce la ilusión de que ellos se deben acomodar al adulto y no al revés. Es posible que una niña anémica de 6 años que se marea, en poco tiempo suponga que está embarazada. Y no como consecuencia de sus fantasías infantiles…
Cuando un niño era objeto de maltratos o abusos, como bien señala deMause existía una complicidad consciente o inconsciente de sus padres. Y ahora es de la misma manera. Los psicólogos sabemos perfectamente que el cómplice silencioso en los casos de abuso sexual, violencia y maltrato infantil es una figura casi indispensable para que esto ocurra. Porque de no participar silenciosamente con la omisión y el ocultamiento, con el efecto de sus ojos cerrados a lo que desea no ver, tal vez muchas de las cosas que ocurren a los menores no ocurrirían.
Se daña el pasado de seres que en el futuro dañarán. Y en tanto esta ecuación no se invierta no será desde las organizaciones internacionales desde donde se consolide una nueva tabula rasa en la que la disposición de los elementos surja diferente luego de la interacción. O tal vez si es posible que puedan ayudar. Pero la cuestión es que por ahora, hay un mensaje dicho y otro actuado. Un discurso y un curso. Una aspiración y una realidad. Y una relación que no parece alcanzar la entidad de intersubjetiva. La relación entre los educadores y los educandos no es simétrica y convertir a estos últimos en objetos está por verse si no cierra más puertas de las que abre. Y es asimétrica en términos de subjetividades, no de la asimetría planteada en los axiomas de Watzlawick.
La discusión respecto del amor a los hijos, en función de si es una tendencia natural impregnada en la filogénesis de la especie o es algo relativo a la cultura, está aun por develarse. No parece que por ahora nadie haya podido demostrar -en el curso de la historia- una cosa o la otra. Como nos enseñara Bateson toda explicación no es más que una tautología y cualquier argumento a favor de una u otra posición no es más que la reproducción de los hechos que concuerdan con dicha hipótesis.
Pero el amor de los padres de una o de otra manera se hace presente. Por su intensidad o por su ausencia. Y cada padre y cada madre pondrán su reserva energética en ese niño y tendrán respecto de él una representación propia que va a determinar muchas de las acciones que tengan en el ejercicio de su rol. Aciertos y fracasos de los padres serán tamizados por el filtro cognitivo y afectivo desarrollado por los niños en interacción con esos padres y en el mejor de los casos, en la adultez y mirando hacia atrás el amor que hayan desarrollado para sus padres les permitirá a esos hijos hacer uso de la calma psíquica que implica la comprensión. Y cuando los desencuentros han sido teñidos de sucesos más traumáticos, tal vez sobrevenga la ansiedad o incluso, la depresión.
Sea una condición filogenética o una producción cultural, posiblemente será el amor el vehículo para una nueva realidad, para ese mundo tabula rasa que como dice deMause puede dispararse hacia destinos imprevisibles. Y en ese punto de inflexión los niños vivan su vida de niños a la vez que desarrollen los recursos para un día poder criar niños empatizando su niñez, respetarlos como tales y ayudando a convertirlos en adultos. Y que esos adultos puedan vivir criando otros niños que no sean tan solo objeto de su propia satisfacción o frustración. Que ayuden a desarrollar eslabones de la cadena en lugar de astillas en los palos.

Comentarios finales
En un casi antiguo film de Margarethe von Trotta llamado Las hermanas alemanas, ambas protagonistas se proponen cambiar el mundo. Una como periodista y la otra como guerrillera. La que elije las armas tiene un niño y lo deja al cuidado de la hermana. Al poco tiempo es capturada y apresada y el niño termina finalmente siendo criado por la tía. Ella quería cambiar el destino de los niños del mundo, pero no pudo criar al niño que había engendrado. Un historia conocida y repetida. El bosque no le permitía ver el árbol.
Los medios masivos de comunicación son capaces de gastar millones de pesos persiguiendo el testimonio de la madre de una menor de 10 años violada en una villa o en el lugar que fuere. Gasto que recuperan con publicidad, desde ya. Pero destinan mucho menos presupuesto al problema que está detrás de cada violación, de cada abuso, de cada dolor humano. Se muestra como noticia algo que es cotidiano. No por cotidiano debería dejar de ser noticia. El problema sería que en la representación social se instalase el sentido de esporádico de estos hechos al ser mostrados cono aberraciones poco frecuentes. Cuando son, bien lo sabemos, mucho más habituales que lo que se publicitan o suponen.
La humanidad sigue en deuda consigo misma. La educación ilustra pero no convierte a las personas en ilustres. Intelectualizar un concepto es algo relativamente sencillo. Desplegar una habilidad requiere de la constancia de la práctica y según cual, de cierto talento. Tomar la iniciativa para emprender una acción, es un desafío de orden superior. Un bien escaso y un patrimonio atado al potencial de cada individuo.
El mundo sigue girando y por ahora, no ha cambiado de sentido. Los huesos golpeados de un niño le producían al menor el mismo dolor hace 25 mil años que en la época de los egipcios o en la actualidad. Si a un niño dolorido o ultrajado le impongo el argumento que no es el único que vive esa situación, el dolor por los golpes o la vejación no será menor en absoluto. Los huesos y los músculos no responden a este tipo de argumentos. Los cientos de resoluciones y acciones de la ONU, UNESCO, UNICEF y tantos otros organismos que hemos inventado para paliar este tipo de contingencias dolorosas –entre otras cosas- no han alcanzado para aliviar el dolor de muchos en el tránsito por la infancia. Tal vez en parte porque no cuentan con los recursos suficientes, no los organizan de la manera adecuada, o no pueden controlarlo según la modalidad más eficaz. Pero muy probablemente también, porque muchas de estas organizaciones están más pobladas de hombres ilustrados que de personas ilustres.
La humanidad avanza velozmente hacia el camino de la ilustración. En ese andar seguramente si no encuentra el golpe de timón que le permita machar hacia una sociedad de ilustres, tal vez el futuro sea incierto. Ilustres pueden ser todos, cualquiera, incluso los analfabetos. Un mundo de ilustres será más seguro que uno de ilustrados.
Hay una tabula rasa en el mundo que puede cambiar y tomar un destino imprevisible como dice deMause. Hay patrones de conducta -según la sospecha de Erikson- que se instalan en la matriz psicológica del sujeto en períodos presimbólicos y ejercen su vigencia reforzados por un marco social que los legitime. Y algún día habrá niños, tal vez, que sean tan sólo niños.
Esta humanidad que siempre ha confrontado a los románticos con los vanguardistas, a los nostalgiosos con los optimistas, requiere desenrollar la película completa y comenzar a tomar fotos. De lo contrario se seguirá velando una tras otra. En guerras sin sentido, en la pobreza sin fin, en marginación, odio y discriminación.
El secreto está en los bebés. En los niños. La clave del misterio por ahora, parece indescifrable. El nudo Gordiano de la esperanza no cederá ante la espada de Alejandro sino frente a la transformación vigorosa de la infancia.

Referencias
Delgado Criado, B. (2000). Historia de la infancia. Barcelona:Editorial Ariel.

DeMause, L. (1994). Historia de la infancia. Madrid:Alianza Universidad.

Erikson, E (1993). Infancia y Sociedad. Buenos Aires:Lumen-Hormé

Naciones Unidas (1959). Declaración de los Derechos del Niño. Resolución 1386 (XIV) Recuperado el 12 de agosto de 2007 de: http://www.unhchr.ch/spanish/html/menu3/b/25_sp.htm

Naciones Unidas (1996). Resolución de la Comisión de Derechos Humanos 1996/85. Recuperado el 12 de agosto de 2007 de: http://www.unhchr.ch/Huridocda/Huridoca.nsf/0/b9172f0ec6c64fc58025669500327a6f?Opendocument

Rosbaco, I. (2000). El desnutrido escolar. Rosario:Homo Sapiens Ediciones

2 comentarios:

SM dijo...

Muy bueno, Carlos!!!!!!!! como todas tus producciones.

"El ángulo de visión de la mujer es 10º más amplio que el de los varones".
Léase:¿Será por esto que las mujeres manejamos mejor?

"Entonces la adultez sería un período en el cual alcanzamos lo que seremos tanto si somos lo que hemos deseado o lo que alguien ha deseado por nosotros, una combinación de ambas circunstancias u otra cualquiera"
¡Cualquiera nooo!

"Erikson arriesga una hipótesis en la que sostiene que la generosidad de los Sioux se debía posiblemente a la disponibilidad de lactancia inagotable para cada uno de los niños de la tribu. Que esta aproximación al alimento que garantiza su alimentación sin restricciones genera una matriz conceptual y emocional en la cual la propiedad no es valorizada porque los recursos no serían escasos sino inagotables"
Ergo: Los generosos tomamos mucha buena leche.....

Enriquecedores los aspectos que señalás en el trabajo.

Esto sí que me interesó siempre:¿realmente los aprendizajes se imprimen en el adn?

Gracias por compartir.
Que sigas tan genio, creativo y buen amigo, como siempre.

Mtra.fenanda cuenca dijo...

FELICIDADES POR ABORDAR ESTE TEMA ES MUY IMPORTANTE QUE SE SEÑALE QUE EN LA SOCIEDAD ACTUAL QUE MANTIENEN ACTITUDES DE MARGINACION Y VEJACION INFANTIL DE MANERA CLANDESTINA,Y ESTO SUCEDE EN TODAS LA CULTURAS Y DESGRACIADEMENTE NO HAY UNA VERDEDERA CONCIENCIA POR PONER REMEDIO
PIENSO QUE SERIA IMPORTANTE CREAR UN LINK DE ESTE ESPACIO EN PAGS DE NORTE AMERICA , MEXICO, EUROPA ETC. CON EL FIN DE CREAR UNA CONCIENCIA REAL