miércoles, 8 de agosto de 2007

Mediación en el divorcio vincular

Introducción
El vínculo matrimonial tiene una situación particular que lo hace especialmente susceptible al desarrollo de conflictos. Para la unión en sociedad conyugal es necesario contar con la voluntad y la capacidad marital de ambos cónyuges. Para su disolución basta con la decisión de una sola de las partes.
En ambas ocasiones -coincidencia y disidencia- los deseos y las motivaciones de las partes conforman el elemento central que caracteriza a los sucesos y su desarrollo. Y en ambas situaciones también, hay deseos manifiestos pero sobre todo latentes. Son estos últimos los que operan con enorme fuerza y los que hay que develar en su real significación para poder avanzar en los acuerdos pero principal e inicialmente, en los desacuerdos.
La materia prima de la mediación en términos de disputas conyugales la conforma el descifrado de ese acertijo de deseos latentes que fuerzan por esquivar los discursos racionales de la conciencia, operando negativamente en la conclusión satisfactoria de cualquier disputa. La labor del mediador entonces será aplicar sus buenos oficios para que estos deseos emerjan en la escena, permitiendo que los motivos reales de la disputa puedan ser conocidos para luego, ordenarlos y encontrar alternativas constructivas respecto de las diferencias. La herramienta de la mediación es la negociación en su concepción más fecunda, cuando orienta su esfuerzo a agregar valor sobre los términos de la disputa y no a distraerse en una mera tarea distributiva.
En las disputas maritales en general los actores no son sólo los que están presentes en la mediación, ya que los hijos ocupan un rol central en todo el curso y discurso de las acciones que se generan. Y en ocasiones, al menos en apariencia, son los hijos –o las cosas con ellos vinculadas- quienes surgen como el botín de la disputa configurando una situación particular por las secuelas que puede dejar en los individuos. Y sobre esto hay que poner especial atención durante el desarrollo de este proceso.

Problema
La expectativa de este trabajo es integrar elementos constitutivos del proceso de mediación con los aspectos más típicos de las disputas conyugales en las separaciones.

Marco Teórico
La expectativa de inclusión del marco teórico refiere en primer lugar a los conceptos generales de la mediación –tanto en sus postulados teóricos como en su práctica-, luego las referencias correspondientes a la problemática de la separación conyugal en su dimensión psicológica y finalmente, conceptos de mediación directamente aplicados a la separación conyugal.
Moore (1995) sostiene que:
“La mediación es una extensión y elaboración del proceso negociador. La mediación implica la intervención de un tercero aceptable, imparcial y neutro, que carece de poder de decisión y habilitado para ayudar a las partes contendientes a alcanzar voluntariamente el arreglo mutuamente aceptable de los temas en discusión”
Según Moore (1995) se puede incluir un mediador en un proceso de negociación cuando:
· Los sentimientos de las partes son intensos e impiden un arreglo.
· La comunicación entre las partes es mediocre tanto por la cantidad como por la calidad, y las partes no pueden modificar por si mismas la situación.
· Las percepciones erróneas o los estereotipos están estorbando la realización de intercambios productivos.
· Las formas repetitivas de comportamientos negativos están elevando obstáculos.
· Hay desacuerdos graves acerca de los datos –qué información es importante, cómo se la obtiene y cómo se la evaluará.
· Hay muchas cuestiones en la disputa y las partes discrepan acerca del orden y la combinación en la que se las evaluará.
· Hay intereses aparentes o reales que son incompatibles, y que las partes reconcilian con dificultad.
· Las diferencias de valor aparentes o no significativas dividen a las partes
· Las partes no tienen un procedimiento de negociación, están usando el procedimiento equivocado, o no utilizan el procedimiento más ventajoso posible.
· Las partes están teniendo dificultades para iniciar negociaciones o han llegado a un callejón sin salida en su regateo.
Para Moore (1995) la mediación es esencialmente la negociación que incluye a un tercero que conoce los procedimientos eficaces de negociación.
La imparcialidad y la neutralidad son esenciales en un proceso de mediación (Young, 1972) citado en Moore (1995). La primera es la actitud no tendenciosa o la falta de preferencia por uno u otro. La neutralidad alude a la relación entre el mediador y los litigantes. Y también que el mediador no espera beneficios de su actuación ni tiene intereses en juego. Según Moore (1995) esto no significa que el mediador no tenga su propia opinión de los objetos en litigio y de los sujetos. Significa que debe separar esta opinión personal de su accionar durante el proceso de mediación.
Kraybill (1979) y Wheeler (1982) citados en Moore (1995) abordan las tensiones entre la imparcialidad y la neutralidad y las tendencias personales de los mediadores distinguiendo entre los intereses fundamentales y los de procedimiento. Wheeler (1982) sostiene que los mediadores suelen distanciarse de los compromisos con resultados determinados y fundamentales –el monto de dinero de un arreglo, la hora del encuentro, etc.- pero mantienen compromisos con normas de procedimiento como la comunicación franca, la equidad y el intercambio justo, la perduración de un arreglo en el transcurso del tiempo y la posibilidad de aplicación. Los mediadores son los defensores de un proceso equitativo y no de determinado arreglo.
Para Coser (1967) citado en Moore (1995) los conflictos implican luchas entre dos o más personas acerca de los valores, o la competencia por el status y los recursos. Los mediadores participan en diferentes niveles de conflicto –latentes, emergentes y manifiestos- de acuerdo con su nivel de organización e intensidad. Los conflictos latentes se caracterizan por las tensiones básicas que no se han desarrollado por completo y no se han convertido en un conflicto muy polarizado.
A menudo, una o más partes no tienen conciencia de que existe un conflicto o de la posibilidad del mismo (Curle, 1971) citado en Moore (1995).
Los conflictos emergentes son disputas en las que se identifica a las partes, estas reconocen que hay una discrepancia y la mayoría de los problemas son evidentes, pero no se ha procedido a desarrollar una negociación viable o un proceso de resolución de problemas.
Los conflictos manifiestos son aquellos en que las partes se comprometen en una disputa dinámica, y pueden haber comenzado a negociar, y quizá incluso llegaron a un callejón son salida (Moore, 1995).
Un mediador carece de poder de decisión autorizado. Esta característica distingue al mediador del juez o arbitro. El mediador trabaja para reconciliar los intereses encontrados de las dos partes. La meta del mediador es ayudar a las partes a examinar el futuro y sus intereses o necesidades y a negociar el intercambio de promesas y relaciones que serán mutuamente satisfactorias y se ajustarán a las normas de equidad de dichas partes (Moore, 1995).
Según la American Arbitration Association citada en Moore (1995), el mediador puede asumir diferentes roles y funciones para ayudar a las partes a resolver las disputas:
· Inaugura los canales de comunicación que promueven o hacen más eficaz la comunicación.
· Es quien legitima, y ayuda a todas las partes a reconocer los derechos de otros a participar en las negociaciones.
· Es el facilitador del proceso que suministra un procedimiento y a menudo preside formalmente la sesión de negociación.
· Es el instructor que educa as los negociadores novicios, inexpertos o sin preparación, formándolos en el procedimiento de negociación.
· Es el multiplicador de los recursos que suministra asistencia procesal a las partes y las vincula con expertos y recursos externos, por ejemplo abogados, peritos, factores de decisión o artículos adicionales para el intercambio, todo lo cual puede permitirles ampliar las alternativas aceptables de resolución.
· Es el explorador de los problemas que permite que las personas en disputa examinen el conflicto desde diferentes puntos de vista, ayuden a definir cuestiones e intereses fundamentales, y busquen opciones mutuamente satisfactorias.
· Es el agente de la realidad que ayuda a organizar una resolución razonable y viable, y cuestiona y se opone a las partes que afirman metas extremas o poco realistas.
· Es la victima propiciatoria que puede asumir parte de la responsabilidad o la culpa por una decisión impopular que las partes de todos modos estarían dispuestas a aceptar. Esto les permite mantener su integridad y cuando tal cosa es apropiada, obtener el apoyo de sus propias bases.
· Es el líder que toma la iniciativa de impulsar las negociaciones mediante sugerencias de procedimiento, y a veces de carácter sustancial.

Los mediadores realizan dos tipos de intervenciones como respuesta a las situaciones críticas: generales o no contingentes y específicos o contingentes (Kochan y Jick, 1978) citados en Moore (1995).
Los movimientos no contingentes son intervenciones generales que un mediador inicia en todas las disputas. Estos movimientos son respuestas a las categorías más amplias de situaciones críticas y corresponden a las etapas de la mediación. Están vinculados con el esquema general de desarrollo y resolución del conflicto. Los movimientos no contingentes permiten que el mediador:
· Ingrese en la disputa
· Ayude a las partes a elegir el método de resolución y el escenario convenientes para el conflicto
· Recopile datos y analice el conflicto
· Diseñe un plan de mediación
· Practique la conciliación
· Ayude a las partes a comenzar negociaciones productivas
· Identifique las cuestiones importantes y elabore una agenda
· Identifique los intereses
· Ayude a las partes a desarrollar alternativas de arreglo
· Ayude a evaluar las alternativas
· Promueva la negociación final
· Ayude a desarrollar un plan de ejecución y supervisión
Moore (1995) señala que en las fases iniciales de la mediación la creación de rapport con los litigantes es muy importante, destacando la credibilidad personal y de procedimientos. El término rapport alude a la capacidad de comunicarse libremente, al nivel de comodidad de las partes y al grado de precisión en la comunicación.
El autor señala también que hay distintos momentos del proceso de negociación en los que el mediador puede comenzar sus gestiones y que esto puede ser más adelante o en forma más tardía.
El rol del mediador cuando ayuda a los litigantes a tomar decisiones acerca de los métodos y los escenarios utilizados en el conflicto es análogo a las decisiones del rol afrontadas por los abogados. Hamilton (1972) citado en Moore (1995) delinea tres posiciones filosóficas que un abogado puede adoptar cuando asesora y aconseja a los clientes:
A. Recolectar los hechos y explicar como se aplica la ley, analizar, recomendar el curso o los cursos de acción más apropiados, y argüir a favor de su adopción.
B. Recolectar los hechos y explicar como se aplica la ley, analizar, recomendar el curso o los cursos de acción que el cliente puede seguir, y dejar la decisión enteramente a su cargo.
C. Discutir las posibles ramificaciones del curso de acción y la situación hasta que el cliente se encuentre en condiciones de adoptar su decisión.
Los mediadores entonces deberán también elegir una de estas tres posiciones, con excepción que no deben interpretar la ley. La mayoría de los mediadores posiblemente orienta su acción a la opción C permitiendo a las partes transcurrir los caminos de la decisión desde sus posiciones particulares y luego de flexibilizar los aspectos más rígidos de la disputa. En cada situación observando la equidad, neutralidad e imparcialidad que se han destacado en otros párrafos de este trabajo.
Según Moore (1995) los mediadores pueden ayudar a las partes en conflicto a ejecutar una de las siguientes tareas:
· Identificar los intereses o las metas que deben satisfacerse en un posible arreglo.
· Considerar la gama de desenlaces posibles y aceptables de la disputa.
· Identificar los enfoques del conflicto que puedan ayudar a los litigantes a alcanzar las metas individuales, de los subgrupos o colectivas.
· Identificar y evaluar los criterios de selección de un enfoque.
· Seleccionar y formular un compromiso en vista de un enfoque aceptable.
· Coordinar los enfoques entre los litigantes si tal cosa es necesaria.
Los mediadores usan varios procedimientos, individualmente o combinados, para la reunión de datos: la observación directa, las fuentes secundarias y la entrevista. Esta última es el modo más usual que tienen los mediadores para recabar la información que requieren para su intervención. Pueden realizarse antes de las reuniones conjuntas o dentro de las mismas. Las ventajas de las entrevistas específicas incluyen:
· La capacidad de concretar la atención en las cuestiones que son importantes para el mediador.
· La facilidad para filtrar la información extraña o impertinente que resulta del hecho de que el litigante no comprende el foco principal de la entrevista.
· La capacidad para obtener la información más útil en el lapso más breve.
Varios autores han observado las diferentes etapas emocionales que los litigantes recorren en el proceso de desarrollo del conflicto (Douglas, 1962; Kessler, 1978; Ricci; 1980) citados en Moore (1995). Al inicio de las negociaciones las personas a menudo se muestran frustradas, ofendidas, irritadas, desconfiadas, alteradas, sin esperanza, resentidas, traicionadas y temerosas. O resignadas en ocasiones a soportar condiciones insatisfactorias. Para que puedan mantenerse discusiones racionales en torno de las cuestiones importantes, debe controlarse y minimizarse el efecto de las emociones negativas, por la actividad de los propios litigantes o por la de un tercero. Si no se concreta el control de la emociones en la etapa temprana de la negociación los sentimientos manifestados francamente o experimentados en silencio, probablemente después bloquearán la posibilidad de un acuerdo.
Señala Moore (1995) que a menudo los conflictos se agravan o atenúan sobre la base de la percepción que una parte tiene de la otra. El papel del mediador en la fase de conciliación consiste en reducir las barreras perceptuales que se oponen a la negociación. Generalmente se lo consigue en cuatro etapas:

1. Identificar las percepciones que tiene una parte
2. Evaluar si las percepciones parecen exactas o inexactas
3. Evaluar la posibilidad de que las percepciones impidan o auspicien un arreglo productivo y fundamental
4. Ayudar a las partes a revisar su percepción de los restantes litigantes cuando los han caracterizado con estereotipos u otras deformaciones de la imagen y reducir los efectos negativos de esas distorsiones.
Los intereses de las partes pueden no estar claros por diferentes motivos. Uno de ellos es el desconocimiento de determinado interés por la propia parte, quien puede tener un conocimiento erróneo de los mismos. El ocultamiento intencional de los intereses es otra razón frecuente. Esta estrategia esta orientada a maximizar los resultados del litigio a favor del litigante que la aplica. En ocasiones, cada parte oscurece sus verdaderos intereses sobre el conflicto y una de las tareas del mediador es tratar de que emerjan al plano conocido por todos. También la equiparación de los intereses con las posiciones es frecuente. Y el desconocimiento de los procedimientos para explorar los intereses puede ser un obstáculo insalvable en el proceso de mediación.
En la mediación en situación de divorcio vincular, los aspectos psicológicos de las partes no pueden ser desconocidos ni medidos fuera de su dimensión tanto manifiesta como latente.
Como señalan Alvarez, Varela y Greif (1991) hay aspectos estructurales inconcientes que hacen a dinámicas que subyacen en toda relación familiar, que determinan características particulares de otros grupos familiares. Los de origen, los que pertenecen a la historia individual de cada uno de los cónyuges. El grado de independencia que se obtiene de ellos estará incidiendo directamente en los nuevos vínculos del sujeto, ya sea como cónyuge o como progenitor.
Los autores sostienen que la problemática de la separación suele focalizarse en la disputa que cada uno de los progenitores mantiene pendiente y canaliza a través de los hijos. Estos dejan de ser sujetos con ansiedades, necesidades, deseos y demandas personales, para transformarse en objetos y por lo tanto, en calidad de tales, factibles de ser apropiados por alguna de las partes, apareciendo como foco de contienda en un campo de batalla de los adultos. Lo que suele suceder entonces es lo que en realidad se está ocultando: resentimiento y rivalidades, con contenidos retaliativos, de venganza entre los adultos por sus propios conflictos en los que el hijo es utilizado como instrumento de agresión, a través de quien se “castiga” a la otra parte, o como objeto- trofeo de la contienda.
Según Castelao y Mizrahi (2003) la modalidad vincular que posee una persona se estructura en los primeros años de vida y en base a las primeras relaciones afectivas con los otros significativos (padres o sustitutos de esa función). Los vínculos se configuran a partir de esas primeras formas de intercambio mediante los mecanismos de identificación y proyección. Los vínculos pueden ser empáticos y positivos (basados en la confianza, el cariño y la protección) o negativos (basados en la hostilidad, odio o agresión en la que el otro es visualizado como rival o peligroso, dando lugar a un posicionamiento del sujeto en el polo de dominio o de sometimiento). Vínculos tempranos insatisfactorios caracterizados por la deprivación emocional o material o enmarcados en una dinámica intrafamiliar disfuncional, determinarán trastornos graves en la configuración de su modalidad vincular futura.
El divorcio enfrenta a los cónyuges con sentimientos de desilusión, frustración y pérdida. Implica además un cambio sustancial en la vida de esas personas. El modo de elaborar la situación de separación, dependerá de las características de personalidad de cada uno, del conflicto intrapsíquico desencadenado por la ruptura del vínculo y de las características psicopatológicas del vínculo que habían construido y que se fue gestando durante años hasta su deterioro final (Castelao y Mizrahi, 2003).
Según los autores, en los divorcios malignos el reproche se estereotipa como única modalidad de mensaje cotidiano, no les es posible discriminar los roles esposo-esposa de los de madre-padre, en síntesis, el campo de litigio parece no reducirse y en este caso, si la “guerra” se eterniza, también sucede lo mismo con el sufrimiento para el grupo y en especial para los hijos, por su mayor vulnerabilidad. Los niños, concluyen, no deben ser colocados por los adultos en situaciones de tener que elegir ni perder a ninguno de sus padres en el conflicto de la pareja.
Según Haynes y Haynes (1997) existen premisas clave en la práctica de la mediación productiva y en especial en los conflictos de divorcio, aspecto en el que se han especializado. Describen varios elementos a considerar en el proceso y sobre los que se debe prestar especial atención.
Lo primero que destacan es que el conflicto es sano, pero el conflicto no resuelto es peligroso. Luego aseveran que el conflicto que surge por cuestiones específicas se puede resolver por mediación, pero el que obedece a razones de conducta se resuelve con terapia. Consideran que casi todas las personas desean llegar a un acuerdo ya que el conflicto interpersonal prolongado es desgastante, costoso y doloroso para los participantes. Destacan que es más probable una negociación exitosa cuando las partes en disputa necesitan mantener una relación a futuro. El resultado –aseguran- es responsabilidad de las partes. Pero el proceso es responsabilidad del mediador. Están convencidos que toda persona tiene un don interior, un atributo que les permitirá al aflorar en medio de las más ríspidas disputas, encontrar espacios de acuerdo. Y finalmente concluyen que la acción del mediador es siempre coyuntural, es decir, se irá desarrollando según la situación y su devenir.
El proceso de resolución de un conflicto fortalece la relación y hace posible manejar y superar significativos acontecimientos externos negativos.
Para Haynes y Haynes (1997) cuando surge la crisis del divorcio, el conflicto social se convierte en uno legal y algunas cuestiones prácticas requieren negociación. De esta manera los esposos avanzan de la disputa por motivos de conducta no resuelta al conflicto por cuestiones o problemas específicos (por ejemplo la división de bienes). Un riesgo que señalan es que el mediador pueda confundir aspectos de conducta con cuestiones específicas y actúe erróneamente como terapeuta en lugar de ocupar el rol que le corresponde.
Los conflictos por recursos según Haynes y Haynes (1997), se resuelven más fácilmente que los conflictos por valores. Un recurso se puede dividir en partes, un valor no es susceptible de una partición tan objetiva. Los autores ponen como ejemplo, que se puede dividir un dólar entre dos personas según 199 posibilidades diferentes. Lo que deja en claro la creatividad que la disputa sobre los recursos activa.
En el caso de los valores, cuando dos diferentes entran en conflicto en una pareja, la resolución generalmente ocurre luego de la capitulación de una de las partes en relación a la otra.
La comunicación y las reglas que acompañan su desarrollo deben ser vigiladas por los mediadores ya que constituyen un aspecto básico del proceso de mediación. Cuando las partes se hablan, afirman Haynes y Haynes (1997), el receptor a menudo escucha un mensaje distinto que el que el emisor cree que envió. Estas diferencias llevan al conflicto o lo potencian.
La visión que se tiene de la vida es otro de los elementos de peso que destacan. Las premisas básicas en base a las cuales opera la gente y que afectan la mayor parte de su conducta. Aspectos relacionados con la crianza familiar, las creencias particulares y cosas por el estilo serían ejemplos nítidos de este particular.
El tercer componente de peso serían los conflictos internos. Estas serían las conductas disfuncionales específicas como la desesperanza aprendida, el descontento permanente o la ansiedad por agradar por citar algunos ejemplos. Estas conductas afectan la asignación de recursos en la relación y pueden promover o desarrollar conflictos.
Según los autores la mediación no es arbitraje. Las partes no han venido a que el mediador les diga qué hacer. La mediación es un terreno en el que las partes en disputa pueden acordar con sus propios términos.
Según Haynes (1981) citado en Haynes y Haynes (1997), se puede decir que una mediación de divorcio ha sido exitosa cuando:

1. Ha habido un pleno conocimiento de todos los datos relevantes
2. El resultado es esencialmente equitativo y está diseñado para responder a las necesidades conjuntas de las partes y las necesidades individuales de cada participante.
3. No hay víctimas como resultado del acuerdo.
4. Los canales de comunicación entre las partes están abiertos y son directos.
5. Las partes tienen el poder de tomar decisiones y en la mediación se los ha capacitado para continuar en el futuro con el proceso de toma de decisiones.

Los autores mencionan también la importancia de los manejos del tiempo y de la oportunidad en que se avanza con la mediación. Si se deja entrever una solución de compromiso tan pronto como el mediador la ve, la pareja la rechazará, porque cada parte pensará que aun puede conseguir algo mejor. Más adelante en el proceso, luego de que las partes se transmitan sus posiciones y argumentos y cada una vea la firmeza que muestra la otra en relación a determinadas cuestiones, las ideas alternativas empiezan a aparecer más atractivas, contrastadas con lo que cada uno sabe respecto de la posición del otro.

Desarrollo
La mediación en los casos de separación matrimonial configura un proceso complejo en el cual las reglas del arte de la negociación efectiva deben ser acompañadas por un acabado conocimiento de la realidad psíquica de quienes exhiben sus controversias.
Los tiempos de un proceso de mediación no se corresponden con los tiempos de la psiquis humana y las razones de la disputa, tanto las latentes como las manifiestas, no comienzan en ese momento ni concluyen cuando se llega finalmente a un acuerdo de partes. Aunque si pudieran así insinuarlo los elementos sustitutivos que fueren traídos como acuerdo al final de la contienda por los esposos.
En toda disputa por disolución de matrimonio, convergen por lo menos dos historias, pero posiblemente sean muchas más las que estén asociadas al proceso. Estas dos historias en realidad, se materializan en forma de versiones de los hechos que cada una de las partes ofrece sobre los elementos conflictivos. Así es que de los objetos a repartir (algunas veces incluso sujetos objetivados como es en el caso de los niños devenidos en trofeos de guerra) se mantienen distintas fantasías de potestad y se promueven reclamos y rencores respecto de su propiedad. De su control o de su disposición a futuro.
Quienes ingresan en un proceso de mediación entonces, lo hacen desde una determinada posición y esta posición no es un punto en el espacio o un momento en el tiempo, es tan solo un supuesto, una versión que además es desmentida o negada en todo o en parte por la otra parte. Y ese es el motivo, en general, por el cual se debe mediar, para allanar este camino de desencuentros y tratar de encontrar una versión que sintetice, contenga, amplíe y mejore las originales. Y así como aquellas traídas a la negociación por los cónyuges se nutrían de muchos argumentos sesgados de la subjetividad propia de cada uno de ellos, la versión elaborada en conjunto deberá alojar los deseos iniciales de cada uno pero adecuados desde una perspectiva restrictiva hacia otra constructiva.
Los autores en general hablan de los intereses de las partes que están en el proceso de mediación, pero en cuestiones vinculadas a separaciones consideramos más oportuna la referencia a los deseos, que a los intereses. Porque son los deseos los que motorizan la acción y en todo caso los que están ocultos detrás, incluso, de los intereses en la disputa por posesiones materiales.
Cuando una persona forma una pareja, consolida en la acción concreta una expectativa que tenía en el plano de la fantasía. Y esta fantasía no surge de la nada sino que se va integrando desde sus primeros y más estrechos vínculos para luego completarse según la cultura de la que es originaria. Las creencias sobre la familia, sobre lo que ella significa, que cada uno de los cónyuges tiene y trae a la unión, la fue tomando de los ejemplos que vio, de la interpretación que realizó de eso que veía y de la valoración que la sociedad tiene sobre el particular, de la representación social que la familia y la pareja tienen en su medio. No es esperable que tenga la misma expectativa respecto de su vida matrimonial un habitante de un barrio en Izmir o de Shanghái que alguien criado en Monte Grande. De la misma manera, es probable que no concuerden en muchas de las expectativas aquellos cuyos abuelos vinieron de Escocia con quienes han sido inmigrantes de Italia. O por ejemplo, quien se crió sin el padre o en una familia con 6 hermanos. Cualquiera o varios de estos elementos agrega variabilidad al modelo fantaseado por cada uno y luego esta imagen ideal e idealizada cobra vida en la acción de cada día de la vida conyugal.
No todos los vínculos se consolidan desde la misma perspectiva. No es lo mismo la mediación en un divorcio de una pareja que se unió fruto de su amor, que de una que lo hizo por la presión de una situación particular o por requerimientos específicos de mantener cierta tradición familiar, por ejemplo. Y todos estos elementos tienen mucho que ver en la configuración del deseo. Tanto al momento de consolidar el vínculo como al tiempo de su disolución. Con esto queremos decir que hay deseos que son propios, o al menos son presentados como propios, pero que en realidad responden a mandatos familiares de los cuales el sujeto en cuestión no puede prescindir. Consciente o inconscientemente, irá mostrando aspectos de esta posición del deseo durante la contienda.
Esta consideración respecto de la propia idiosincrasia de cada uno de los contendientes resulta indispensable para quien debe escucharlos e intentar que se escuchen entre si. La comprensión de este proceso psicosocial en el que está inmerso cada uno de los participes de la situación litigiosa es inescindible a la percepción que de sus reclamos se pueda vislumbrar. Sería difícil para un mediador acercar la escucha entre la partes sin previamente, haber acercado su escucha a cada parte. Y esa escucha será más fértil cuando más aproximada se encuentre de las condiciones originales en las que las diferencias aparecieron en la vida psíquica de los contendientes. Solo a partir de una adecuada representación de los deseos de uno y de otro, se podrá aspirar a una representación compartida en un reordenamiento novedoso de valores y recursos.
Este será el objetivo del mediador entonces, más allá de que se plasme formalmente en un acuerdo y sus consecuencias sobre el futuro. El nudo Gordiano será desatado cuando una representación relativamente compartida de la nueva realidad de ambos cónyuges reemplace a las representaciones originales traídas a la disputa.
En los conflictos de divorcio un escollo severo es el enmascaramiento que una de las partes puede hacer, consciente o inconscientemente, de su deseo de mantener el status quo de la relación matrimonial. No siempre serán ambos cónyuges quienes desean la separación y de ser así incluso, no siempre pueden desear separarse por el mismo motivo. Encontrarse con la resistencia de uno de los cónyuges a la rotura de esa unión de pareja no solo no es algo raro sino que suele ser frecuente. A priori se puede suponer que es una situación emocional la que deja atado a uno de los miembros de la pareja en la relación sin permitir que pueda despegar de esa situación. Pero no siempre es este el motivo. Factores sociales, de temor a la evaluación familiar, a la presión social, al que dirán, pueden ser tan o más influyentes que los afectivos relativos al vínculo. Identificar las verdaderas razones por las cuales uno de los cónyuges resiste la separación es una tarea también indispensable si lo que se pretende es trabajar con nuevas representaciones merced de los cambios acontecidos.
Si no se comprenden con claridad que cosas impulsan unos y otros reclamos, será seguramente muy difícil poder construir nuevos escenarios en los que las partes compartan alternativas viables para ambos.
Muchos de estos elementos componen el bagaje con el que los contendientes comienzan una variante de la negociación conocida como la mediación. Sea que la disputa tenga su acento en la división de los recursos o en la controversia por los valores (por ejemplo respecto de cómo seguir educando a los hijos) el mediador deberá colaborar a que en los aspectos en desacuerdo encuentren la diagonal, el camino más parecido posible a la satisfacción de ambos cónyuges. Y esta tarea es mejor que la lleve a cabo un profesional de la mediación, si bien es una profesión en la que no alcanza la formación en una técnica o una táctica. Para ser un mediador efectivo para quienes mantienen disputas se debe conocer la técnica pero también poseer las dotes que requiere el arte. No se es mediador tan solo por haber sido entrenado para ello, si bien es muy difícil serlo sin entrenamiento.
Un mediador antes que cualquier otra cosa es un individuo que posee una enorme capacidad de escucha. Esto significa ni más ni menos que es una persona que no interrumpe, que nunca esta pensando que dirá luego como respuesta mientras le están hablando y que no da por sentado mientras aun está oyendo, que es lo que el otro va a decirle. Las personas que escuchan a los otros observan estas tres conductas como base fundamental de su capacidad de escucha. Y además exploran en el mundo del otro para ver desde donde dicen lo que dicen y que dicen cuando dicen tal o cual cosa. Intentan evitar contaminar las palabras del otro, el sentido dado por este, con el cristal de su propia perspectiva. Y tratan permanentemente de esforzarse en escuchar al otro desde el otro y no desde si mismo. Una persona que escucha no puede autoreferenciarse respecto de lo que escucha y un mediador es lo que más debería evitar.
Quien esta en una situación de mediador ecualiza dos frecuencias de diferente origen simultáneamente. Por un lado escucha las palabras en su sentido literal y utiliza para su elaboración todo su potencial lingüístico. Pero paralelamente a esto, está escuchando el discurso de lo no dicho que está siempre detrás de lo dicho y es acá donde despliega su condición de mediador y esa capacidad que es más difícil de ser formada en un entrenamiento. Debe escuchar que dice en lo que dice, más allá de lo que dice su interlocutor. Y esta escucha es a la vez comprometida y desapasionada. Una combinación de por si compleja, si es que las hay en el campo de las conductas humanas. No podrá conocer ni los deseos ni los intereses por otro camino que no sea su propia capacidad de escuchar y comprender que es lo que está escuchando. Y decimos esto atentos a la historia psicosocial de cada individuo anteriormente mencionada.
No se podrá constituir la bisagra que articule deseos e intereses de las partes si no se sabe cuales son estos realmente. Y para esto lo primero que debe saber es que no son, en general, los que las personas que están en el conflicto manifiestan o al menos, que no se elencan tal como ellos los han elencado.
El mediador no es un juez y no le interesa que motivos puede una persona tener para disfrazar sus demandas, sea que lo haga consciente o inconscientemente. Lo que le interesa al mediador, para servir mejor a ambos contendientes, es descifrar este enmascaramiento para poner luz sobre aspectos controversiales más seguros. De lo contrario cualquier acuerdo será efímero ya que lo que se encontraba en disputa, no habría sido dirimido ni acordado. Y regresará, como todo lo reprimido que regresa a la consciencia, con más fuerza.
Además de su capacidad de escucha, un mediador debe exhibir cualidades para las relaciones interpersonales, debe ser alguien que se adapta a distintos entornos sociales y tipos de personalidad y que despierta un halo de confiabilidad en los clientes. Si no se le concede al mediador, desde la percepción de los contendientes, el talento y la capacidad para llevar adelante la situación, será muy difícil que esto finalmente suceda. Y tal vez estos atributos no son fácilmente desarrollables con el entrenamiento. La capacidad de obtener un buen rapport de parte de los demás es algo que se puede trabajar y mejorar pero que requiere de ciertas características de la personalidad que son relativamente estables y no fácilmente modificables.
La actitud hacia la mediación es también un componente esencial pero en este caso hay mucho más camino para recorrer en la formación profesional del mediador. La formación en la técnica de la negociación efectiva es la columna vertebral de los conocimientos requeridos a todo mediador. La detección de los nichos de valor y la construcción de nuevos escenarios donde se plasmen reconfigurados los deseos y los intereses de los contendientes, el desafío principal del mediador. Las herramientas para lograrlo serán la disciplina en el mantenimiento de la equidistancia respecto de los contendientes y la creatividad para encontrar caminos alternativos en aquellos lugares donde solo se visualiza el abismo.
La mediación es una alternativa y a la vez, una oportunidad que tienen quienes mantienen algún enfrentamiento para poder dirimirlo según su propio consenso y no bajo el arbitrio de un tercero, que podría ser un juez. Entonces es posible y será oportuno mediar en aquellas circunstancias en las que un fallo arbitral no pueda ser vislumbrado a su favor con cierta certeza por alguna de las partes. Si no existe relativo equilibrio de poder sobre los objetos en disputa, no es fácil que la misma se dirima en el ámbito de la mediación. Si bien hay casos en que puede ser así, no es la norma por lo general.
No todas las mediaciones son exitosas en llegar a un acuerdo. Muchas veces el contenido material de la contienda (intereses, expresados en disputas sobre recursos o valores) o las significaciones latentes presentes en los contendientes (deseos, representados en una satisfacción simbólica no develada a la consciencia) alcanzan una magnitud diferencial de tanta envergadura que abre una brecha difícil de reparar. Y si uno no quiere, dos no pueden. Incluso muchas veces alguno de los contendientes acude a la mediación como una simple manifestación objetiva de buena voluntad, que luego en otra instancia exhibirá como antecedente a su favor, pero con una decisión firme y anticipada de no encontrar acuerdos por esta vía.
Una mediación se puede desarrollar a lo largo de un encuentro o de múltiples reuniones. La duración dependerá de factores vinculados con la gravedad de la disputa y la variedad de los intereses en juego. Y este proceso, de por sí, se realimenta entre uno y otro encuentro con ingredientes que son traídos a la escena por los contendientes aunque, algunas veces, también por la influencia de la injerencia de actores externos que pueden afectar el proceso. Lo que una persona acordó en una reunión o está por acordar puede variar luego de una interrupción. La mediación es un proceso vital. Y por lo tanto, muy dinámico. Y la observación y vigilancia de los vaivenes de esta dinámica es responsabilidad del mediador.
El mediador tiene como objetivo la construcción de valor. Tomar las diferencias traídas a la mediación por los cónyuges y a partir del desentramado de deseos e intereses facilitar que estos puedan encontrar nuevos caminos y sentidos a sus reclamos. Esta tarea compleja se sustenta en el conocimiento de lo que a cada una de las partes fundamentalmente moviliza y de cuales son de todas sus expectativas, aquellas más relevantes. Sobre esta composición realizada sobre las cuestiones requeridas por ambas partes, el mediador está en mejores condiciones para visualizar aquellos elementos que se muestran conflictivos cuando podrían no ser tanto y también, los que están obstruyendo la relación ocultos o enmascarados bajo otra figura. Muchas veces puede suceder que dos cónyuges estén convencidos de que están lidiando por determinado objeto cuando en realidad la parte del mismo que es interés de cada uno no coincide con la requerida por el otro y su división puede realizarse sin alterar o afectar los intereses del otro. Un mediador por tanto, deberá determinar antes de llevar a los contendientes a la enunciación de acuerdos, cuales son los aspectos de la disputa más sencillos de superar y los escollos más duros por la indivisibilidad que presentan o por la importancia que los sujetos dan a determinada cuestión. En el caso de las disputas por valores esto se incrementa.
La herramienta con que cuenta el mediador para servir a este fin es la creatividad con la que puede encontrar nuevas relaciones que son las que, en definitiva, permitirán la apertura de nuevos canales de entendimiento. Y entendemos por creatividad a los efectos de este trabajo y en el contexto de la mediación, a la destreza para interpretar fielmente los deseos e intereses de las partes, a la habilidad para poder transmitir de una manera más efectiva a cada parte los verdaderos intereses y deseos del otro, y finalmente a la capacidad para estimular en los adversarios la generación de alternativas en las que la resultante sea mayor a la suma aritmética de sus componentes. Es decir, vislumbrar nuevos escenarios atractivos para todos y ponerlos en funcionamiento mediante acuerdos. Pero las propuestas y los acuerdos deben ser provistos por los cónyuges para que sean legítimos. El mediador es el fogonero, con su técnica y su aptitud, de la energía utilizada durante el proceso.
Un buen mediador logra la formulación, por parte de los contendientes, de acuerdos que perduran en el tiempo. Si los acuerdos celebrados no son estables, las premisas sobre las que fueron construidos fueron ocasionales y no representan finalmente opciones válidas para la solución del conflicto.
Y también es un buen mediador quien pasado cierto período y a la luz de que un acuerdo de partes, al menos en esa instancia, sería muy difícil de alcanzar, resigna el proceso y lo termina con el fin de no agravar más un conflicto que de por sí ya acumula demasiada tensión.
La mediación es un proceso que integra las voluntades encontradas de los contendientes con los buenos oficios de un profesional dispuesto a reconvertir las energías insumidas en litigar en acciones productivas para todos.
Y es en esa aspiración transformadora donde reside su arte.

Comentarios finales
A lo largo del trabajo se han mencionado las propuestas de diferentes autores respecto del proceso de mediación en general y de la mediación en los divorcios en particular. Algunas de las condiciones habituales que suelen ocupar el estado anímico de los cónyuges en situación de separación también han sido abordadas, tan solo a modo de ejemplo.
Los antecedentes expuestos fueron la base conceptual desde la cual se abordó el problema. Que cosa es el proceso de mediación y quienes son los contendientes. Que traen a la disputa y como es que esto aparece sobre la superficie del conflicto.
Entendemos que el de mediador es un oficio con precisas reglas del arte. Un oficio para mediadores y antes de mediar en controversia alguna cada profesional debe conocer muy bien su potencial al respecto.
Existen aspectos comunes a la mayoría de las mediaciones pero no hay dos mediaciones idénticas y tal vez, ni siquiera parecidas. Inferir la similitud de un caso con otro puede hacer caer al mediador en una trampa. La experiencia de un mediador no se mide por el cúmulo de casos sino por la variedad de los casos en los que medió. Es como si fuese una pared construida con ladrillos que son todos absolutamente diferentes pero que en definitiva, la sostienen y terminan configurando un bloque.
Tampoco existe el prototipo del mediador. No hay dos mediadores iguales. Porque pueden coincidir en la técnica e incluso en la estrategia pero cada uno será distinguido por su particular estilo. Lo que sin embargo ninguno de ellos podrá eludir de compartir, si aspiran a brindar un buen servicio al cliente, son sus convicciones respecto del rol.
El mediador es un recurso para los litigantes y no estos un recurso para el mediador. Si esta ecuación se invierte, el resultado de la mediación será tan efímero que terminará siendo contraproducente para las partes.
La práctica de la mediación mejora la vida de los seres humanos, aumenta la productividad de la Sociedad y evita conflictos mayores.
Los mediadores son constructores de puentes cuya alquimia concede al agua la virtud de poder mezclarse con el aceite para transformarse en oro.


Referencias Bibliográficas


Alvarez H. R, Varela O. H. & Greif D. B. (1991). La actividad pericial en psicología forense. Buenos Aires:Ediciones del Eclipse.

Castelao S. & Mizrahi P. (2003). Marco teórico de la psicología y del psicoanálisis en los problemas familiares.

Castelao S. & Mizrahi P. (2003). Matrimonio civil, separación personal, divorcio vincular, tenencia de hijos, régimen de visitas y cuota alimentaria.

Haynes J. M. & Haynes G. L. (1997). La mediación en el divorcio. Buenos Aires:Granica.

Moore, C. (1995). El Proceso de Mediación. Métodos prácticos para la resolución de conflictos. Buenos Aires:Granica.

1 comentario:

daa dijo...

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